Eligiendo la gratitudMuestra

Día 5: Por los niños

El alma se sana estando con niños.

— Fiódor Dostoyevski

Él está tirando de mis jeans, con un auto en la mano, diciendo: "Mamá, ¿juegas a los autos? ¿Juegas a los autos? ¿Juegas?" Y yo estoy parada en el fregadero frente a una pila de platos que reflejan la pila de cosas en mi mente. El montón de cosas por hacer, plazos, lavandería, sueños.

Él quiere jugar. Tiene 2 años y quiere jugar.

Y mi hijo de 9 años está al fondo leyendo Harry Potter en el sofá. Ya casi no me pide que juegue en el suelo con él. Quizás juegue juegos de mesa y patee pelotas de fútbol, pero sobre todo quiere jugar con sus pares.

Estoy en una encrucijada. Puedo decirle a mi hijo de 2 años que estaré allí en un minuto, con la esperanza de que ese minuto se convierta en 20, que tal vez se pierda en el juego y yo pueda HACER algunas cosas. Porque en la maternidad nada parece estar terminado.

Tengo una opción.

Y estoy pensando en dar gracias y estar agradecida cuando su pequeña, dulce y blanda mano y su cabello rubio ángel y sus grandes ojos azules y su súplica para jugar están frente a mí.

Decidí dejarlo todo de lado. Tirarme al suelo. Dejar mis listas. Y jugar de rodillas.

La gratitud se eleva cuando yo desciendo.

¿Y no estamos agradecidos? Porque los niños saben jugar. ¡Saben cómo hacer zoom! y cómo reír y cómo inventar grandes historias e ideas y decirme que me veo linda con el polerón y el gorro deportivo.

Los niños saben pedir cosas. Los niños saben cómo crear cosas. Los niños saben invitarse a sí mismos (y a todos los demás) a todo. Los niños saben maravillarse y contar historias exageradas y cómo ir más lento en la vida. Nos vendría bien tomar notas de estos pequeños maestros.

Para aquellos de nosotros que tenemos pequeños en nuestro hogar, es posible que no pensemos que se produce una "sanidad del alma" cuando estamos con nuestros hijos, como sugiere Dostoyevsky. Si somos un grupo honesto (por favor, seamos un grupo honesto), entonces la idea de la sanidad del alma podría ser un día fuera, una salida nocturna, un sábado por la mañana libre. No hay de qué avergonzarse. El deseo de descansar es real.

Enseñar a los niños, criarlos y ayudarlos no es para los débiles. Es para aquellos que pueden descender muy abajo, al nivel de SU mundo, y detenerse. Se necesita de fuertes para detenerse. Para bajar. Para jugar.

Cuando miro los ojitos, corazones, barrigas color frambuesa, escucho pequeñas historias, y veo que no cargan con ninguna preocupación en el mundo, me siento agradecida. Agradecida de que no hayamos cargado nuestra preocupación y nuestro peso sobre sus pequeños y dulces hombros, y puedan jugar con libertad y alegría. Pueden jugar sin reloj en mano y sin una fecha límite en mente. Pueden jugar en tierras de hadas, piratas y autos de carreras. Y eso es sanador.

Su libertad me brinda sanidad.

Sus tonterías iluminan el panorama.

Su inocencia nos ayuda a cantar.

Podemos sentirnos agradecidas por eso. Hoy, veamos a un niño, mirémoslo a los ojos y estemos en el suelo con él. Escuchemos sus historias, acompañémoslo en su mundo, sintamos la ligereza que siente. Y observa la sanidad que llega.

Dios, gracias por los niños despreocupados, creativos y coloridos. Gracias porque son resilientes y están llenos de asombro, preguntas y pensamientos para compartir (¡TANTOS pensamientos!). Gracias porque son libres, divertidos, pequeños y ligeros. Gracias porque los hiciste, los amas y tienes planes para ellos. Muy buenos planes.