El Padre NuestroMuestra

Privilegio

Padre nuestro que estás en los cielos

El secreto de muchas cosas, tal vez de todo en la vida, es el equilibrio; mantener el balance de las cosas opuestas. Por ejemplo, el fabricante inteligente querrá crear un producto que combine el precio correcto y la calidad adecuada, o un padre sabio querrá equilibrar el amor y la disciplina. Con hermosa brevedad, el Padre nuestro lo hace usando estas palabras precisas, Padre nuestro que estás en los cielos.

Primero, se nos recuerda que Dios es Padre. Ahora bien, aquí debo decir de inmediato, que si como para tanta gente hoy en día, tu experiencia con un padre es tan negativa que la sola palabra aumenta tu presión arterial, es posible que necesites meditar sobre ello. Quizá tengas que recordar constante y firmemente que Dios es el padre ideal que nunca conociste, e incluso pensar en Él en términos de un “padre perfecto”; alguien que cuida amorosa y sabiamente de que te conviertas en quien se supone que debes ser. Los problemas con la palabra padre no deberían socavar la extraordinaria verdad de que podemos conocer a Dios como un padre amoroso. Debemos desechar cualquier idea que haga de Dios una especie de super computadora celestial, fría y calculadora, o lo haga el director ejecutivo del universo. La oración, dice Jesús, puede y debe involucrar una relación familiar con Dios. Esto implica que para tener esa preciosa relación necesitamos poner nuestra fe en Jesús y, al hacerlo, nos convertimos en sus hermanos y hermanas. Aquí hay una hermosa lógica: poner tu confianza en Cristo es ser adoptado en la familia de Dios y, por lo tanto, esto determina tu relación de hijo o hija con Dios. Nos “vinculamos” a un nuevo conjunto de relaciones, tanto en el cielo con Dios, como en la tierra con otros creyentes.

Esta maravillosa verdad se equilibra al recordar que Dios está en el cielo. Él es todopoderoso, absolutamente santo y está más allá de nuestra comprensión. Él lo entiende todo, lo sabe todo, lo ha creado todo y lo sostiene todo. Es todo lo que necesitamos. Es muy fácil crearnos un Dios reducido, de bolsillo, según nuestra imagen, pero este es el Dios que está en el cielo: infinitamente más grande de todo lo que podemos imaginar.

Este, entonces, es el equilibrio perfecto. Deberíamos tener algo que podríamos llamarlo fervor admirable, devoción reverente, o de cualquier otra manera, algo que una estas dos maravillosas verdades. Esto es importante porque muchos creyentes, quizá todos nosotros, tenemos una vida de oración que con frecuencia se desequilibra. Nos inclinamos a entender negligentemente el poder universal de Dios y acabamos adaptándolo a la cómoda imagen de un amigo a quien, ahí arriba, no le importa en absoluto lo que hagamos. Por otro lado, podemos descuidar el amor paternal de Dios por nosotros e imaginarlo como una especie de señor del universo distante e indiferente. Jesús nos enseña que lo que tenemos es un privilegio asombroso: Si hemos puesto nuestra fe en Cristo, podemos conocer al Dios del cielo en todo su poder y gloria como el Padre amoroso, solícito y perfecto. ¡Asombroso!

Mientras practicamos esta oración, hagamos una pausa en esas primeras palabras Padre nuestro que estás en los cielos; mantengamos el equilibrio.