El gobierno de Cristo en nosotros Muestra

Manifestados con él en gloria

Cuando el Señor Jesús vino para llevar a cabo el cumplimiento del evangelio en su cuerpo físico observamos que la mayoría de su pueblo no le recibió porque tenían un concepto, ideas, imaginación propia de lo que para ellos era el reino de Dios. Ellos estaban bajo el dominio de un reino, el más poderoso que había sobre la faz de la tierra. Daniel había profetizado ya de ese reino, de hecho, era el cuarto reino que se estaba estableciendo. Toda la gente del pueblo de Israel aspiraba a un reino al que Dios enviaría como salvador a un gobernante para acabar por completo con todo el Imperio romano. Ese mesías venía a levantar un ejército más grande que acabaría con sus opresores, pero todo lo esperaban en lo natural. Pensaban: «nos acaba de llegar un líder, lo vamos a hacer rey y él nos va a libertar». 

Pero Jesús llega hablando cosas como: «mi reino no es de este mundo; para entrar a mi reino hay que nacer de arriba». Cuando se dieron cuenta que Jesús venía a ofrecerles un reino espiritual, lo rechazaron. 

A muchos de nosotros tampoco nos atrae la idea del reino espiritual, del reino interno. Nos gustaría más un reino externo, de impacto. Si hiciéramos esta encuesta: «¿Le gustaría que Jesucristo fuera el presidente de Colombia?». Muchos contestarían: «¡No solamente de Colombia sino de todo el continente americano!». Dos mil años después, la misma idea sigue estando presente en los corazones de la gente. Porque un reino externo nos permite seguir viviendo por nosotros, no por Cristo. El principio bíblico enseña que si nuestro tesoro está en las cosas de abajo nuestro corazón está en las cosas de abajo, y nuestro entendimiento y comprensión están en las cosas de abajo. Esa es la razón por la cual seguimos amando la idea de un reino externo.

Jesús les dice a los fariseos: «el reino de Dios no vendrá con advertencia —evidencia ocular». Es decir, la sustancia, naturaleza y esencia de ese reino no se puede ver con los ojos naturales. Jesús también dice: «el reino de Dios está entre — dentro de— vosotros». Con estas dos afirmaciones, el Señor asevera dos aspectos básicos y elementales: la naturaleza de este reino es espiritual y su lugar de operación es nuestro corazón. 

Te invitamos a meditar en esto:

Hasta que Cristo conquiste las tinieblas de tu corazón y las desaparezca, entonces su gobierno podrá ser evidente y la gloria de Dios podrá ser manifiesta en ti. 

Señor Jesús, te rindo las tinieblas de mi corazón. Quiero que tu semilla dé fruto en la tierra de mi corazón y pueda ser transformado de adentro hacia afuera. No quiero seguir viviendo para mí. Quiero que tu gloria se manifieste desde mi corazón.