[Serie Dichosos los que sufren] Consuelo al quebrantado de corazón Muestra

Cuando llega la noche…

En tiempos de duelo, pasamos por un sinfín de emociones. Es posible que estés teniendo dificultad para dormir, que llores tan fuerte en medio de la noche que sientas que tu alma no tiene consuelo. Te sientes aturdido, los recuerdos del pasado, de los «buenos tiempos» que pasan por tu memoria sin parar. 

La mayoría de los que hemos pasado por un duelo sabemos que las noches son el momento más difícil. Cuando todas las ocupaciones del día pasan y llega la tranquilidad de la noche, nuestros pensamientos se parecen a una montaña rusa de la cual es imposible bajar.

Quizá te estés preguntando: «¿Algún día veré la luz al final de este túnel? ¿Acaso el amor de Dios se ha terminado? ¿Acaso no tiene compasión? ¿Cómo puede ser permita que pase por tanto dolor y sufrimiento?».

Amigo, amiga, lo que sientes es legítimo y normal. Te sientes abandonado y hasta te es difícil experimentar la presencia de Dios. El salmo de la lectura de este día nos relata la falta de consuelo. El alma del salmista no encuentra consuelo, eleva sus oraciones por las noches porque se pone triste, se pone a pensar y se desanima. 

Aquí nuevamente tenemos el secreto para enfrentar el gigante de las noches. Clama a Dios, levanta tus manos al cielo en oración por las noches. Que sea un tiempo de comunión con el único que puede consolar tu corazón. 

En el momento más oscuro y difícil que nuestro Señor Jesús tuvo que pasar aquí en la tierra, su clamor por la noche fue tan profundo que el sudor que corría por su piel era como gotas de sangre. En la noche anterior a entregar su vida por nosotros en la cruz, fue abandonado por todos aquellos que horas antes le habían prometido que jamás lo abandonarían. Sus mejores amigos y compañeros de aventuras por años, del día a la noche lo abandonaron y tuvo que atravesar el valle de sombra y de muerte completamente solo.

Dios, que vino a la tierra en la persona de Jesucristo, conoce el dolor que viene cuando la muerte te separa de un ser querido. Pero este mismo Jesucristo está aquí para asegurarte que esta separación no es permanente, y dice a todos los que confían en él: «Nunca te dejaré ni te abandonaré». Jesús ahora extiende sus brazos hacia ti en amor, esperando abrazarte, consolarte y sanar tu dolor.