Dulce y humilde: un devocional de 14 díasMuestra
Así como nos cuesta trabajo comprender la divina ferocidad que les espera a quienes están fuera de Cristo, es igualmente difícil comprender la divina ternura que ya reposa en aquellos que están en Cristo. A lo mejor nos hace sentir tímidos o incómodos, o inclusive culpables, de enfatizar la ternura de Dios con la misma intensidad que su ira. Pero en la Biblia no se encuentra ese malestar.
La culpa y la vergüenza de aquellos que están en Cristo siempre son superadas por su abundante gracia. Cuando sentimos que nuestros pensamientos, palabras y hechos pecaminosas han disminuido la gracia de Dios en nosotros, esa gracia sobreabunda aún más.
Pero recuerda que la gracia de Dios no es algo impersonal. Llega a nosotros ni más ni menos que como Jesucristo lo hace. En el Evangelio no se nos otorgó algo, sino Alguien. Profundicemos más: ¿qué se nos entrega cuando recibimos a Cristo?
Más aún, si hablamos de la gracia que siempre se nos otorga sobre nuestro pecado, esta llega a nosotros solo por medio de Cristo mismo. Entonces somos confrontados a un aspecto vital de quién es Él, un aspecto bíblico sobre el que los puritanos les encanta reflexionar, a saber, cuando pecamos, el corazón mismo de Cristo es traído a nosotros.
Esto tal vez nos haga avergonzarnos. Si Cristo es perfectamente santo, ¿no debería, por lo tanto, alejarse del pecado?
Aquí nos adentramos a los más profundos misterios de quién es Dios en Cristo. No solamente hay santidad y la ausencia de pecado que son mutuamente exclusivos, sino que Cristo, siendo perfectamente santo, sabe y siente el horror y el peso del pecado más profundamente que cualquiera de nosotros, los pecadores. Cuanto más puro sea el corazón de un hombre, más horrorizado se sentirá tan solo pensar en que sus vecinos fueran asaltados o abusados. Por el contrario, entre más corrupto sea algún corazón, menos es afectado por el mal que lo rodea.
Lleva esta analogía un poco más lejos. Entre más puro sea un corazón, más horrorizado estará por la maldad; entonces, entre más puro es el corazón, más inclinado estará para ayudar, a aliviar, a proteger y a consolar. Mientras que un corazón corrupto se sentirá inmóvil e indiferente.
Así mismo es con Cristo.
Su santidad encuentra a la maldad repugnante, aún más que a cualquiera de nosotros nos pudiera parecer. Pero es esa misma santidad la que también lleva a su corazón a ayudar, a aliviar, a proteger y a consolar. Nuevamente, debemos meditar en la distinción totalmente crucial entre aquellos que no están en Cristo y aquellos que sí lo están.
Para esos que no le pertenecen a Él, los pecados provocan una ira santa. ¿Cómo podría responder de otra manera un Dios seriamente moral? Pero esos que sí pertenecen a Él, los pecados provocan un santo anhelo, un amor santo, una ternura santa.
Así como podemos vivir fácilmente con una visión disminuida del juicio castigador de Dios que limpia a todo aquel que está fuera de Cristo, también podemos vivir fácilmente con una visión disminuida del compasivo corazón de Dios que limpia a todo aquel que está en Cristo.
La limpieza que observamos en toda la historia bíblica nos hace recuperar nuestro aliento. Los pecados de aquellos que pertenecen a Dios abren las compuertas de su corazón compasivo por nosotros. La presa se rompe. No es nuestra belleza la que se gana su amor. Es nuestra fealdad.
Nuestros corazones anhelan esto. No es como funciona el mundo a nuestro alrededor. No es como funciona nuestro propio corazón. Pero nos inclinamos en humilde sumisión, permitiendo a Dios establecer los términos con los que Él nos ama.
Escritura
Acerca de este Plan
Explora el corazón de Cristo por los pecadores y por aquellos que sufren, con una breve lectura diaria de las Escrituras y una meditación que refleja un aspecto particular del corazón de Dios y de Cristo. Comprende no solamente lo que Jesús hizo por ti, también lo que piensa de ti. De esta manera podrás ser cambiado de una manera profunda y duradera.
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