Dulce y humilde: un devocional de 14 díasMuestra
Los ansiosos pecadores que recaen, tienen la capacidad ilimitada de percibir razones para que Jesús los rechace. Somos fábricas de resistencia hacia el amor de Cristo. Incluso cuando nos quedamos sin razones tangibles para ser apartados, tales como pecados específicos o fallas, retenemos la sensación de que, con el tiempo, Jesús se cansará de nosotros y nos mantendrá a cierta distancia.
Probablemente no son los pecados, sino el sufrimiento lo que genera que cuestionemos la perseverancia del corazón de Cristo. Al acumularse el dolor, al crecer el aturdimiento, al pasar los meses, la conclusión parece ser obvia: hemos sido rechazados.
Seguro que no es así como debería sentirse alguien cuya vida fue entregada completamente al corazón del tierno y humilde Salvador. Pero Jesús no nos dice que los que tienen vidas sin dolor nunca serán apartados. Él dice que aquellos que vienen a Él nunca serán apartados. No es lo que la vida nos trae, sino a quien le pertenecemos lo que determina el amor del corazón de Cristo por nosotros.
El único requisito para disfrutar semejante amor es venir a Él, pedirle que nos acoja. Él no dice: "quien venga a mí con suficiente arrepentimiento, sintiéndose mal por su pecado, o con esfuerzos renovados". Él dice: "quienquiera que venga a mí nunca lo rechazaré."
Nuestra fuerza de voluntad no es parte de la fórmula para retener su buena voluntad. Cuando mi hijo Benjamín, de dos años, llega a la rampa de la piscina para niños, agarra mi mano instintivamente.
Él se sujeta cuando el agua empieza a hacerse más profunda. Pero el agarre de un niño de dos años no es muy firme. De pronto ya no es él quien se sostiene de mí, sino que soy yo quien lo sostiene. Si lo dejo en sus propias fuerzas, ciertamente se soltará de mi mano. Pero si yo decido no soltarlo, estará seguro. Él no puede deshacerse de mí aunque lo intente.
Así es con Cristo. Nos aferramos a Él para estar seguros. Pero nuestro agarre es como el de un niño de dos años en medio de las tormentosas olas de la vida. Su firme mano nunca desfallece. El Salmo 63:8 expresa la doble verdad: "Mi alma se aferra a ti; tu mano derecha me sostiene".
Hablamos de algo más profundo que de la doctrina de seguridad eterna, o "una vez salvo, siempre serás salvo", una gloriosa doctrina, verdadera, a veces llamada la perseverancia de los santos.
Más profundo que la doctrina de la seguridad eterna, llegamos a la doctrina de la perseverancia del corazón de Cristo. Sí, los cristianos profesos pueden alejarse, demostrando que nunca estuvieron realmente en Cristo. Sí, una vez que los pecadores se unen a Cristo, no hay nada que los pueda separar.
Pero dentro de la estructura medular de estas doctrinas, ¿cuál es la esencia del corazón de Dios hecha tangible en Cristo? ¿Qué es lo profundamente innato para Él cuando nuestros pecados y sufrimientos se acumulan? ¿Qué previene que su amor se enfríe? La respuesta es: su corazón. La obra expiatoria del Hijo, decretada por el Padre y aplicada por el Espíritu, asegura que estaremos salvos eternamente.
El texto de Juan 6:37 nos confirma que no es una cuestión de un decreto divino, sino de un deseo divino. Este es el deleite del cielo. Ven a mí, dice Cristo. Yo te acogeré en lo más profundo de mi Ser y nunca te soltaré.
Escritura
Acerca de este Plan
Explora el corazón de Cristo por los pecadores y por aquellos que sufren, con una breve lectura diaria de las Escrituras y una meditación que refleja un aspecto particular del corazón de Dios y de Cristo. Comprende no solamente lo que Jesús hizo por ti, también lo que piensa de ti. De esta manera podrás ser cambiado de una manera profunda y duradera.
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