Dulce y humilde: un devocional de 14 díasMuestra
La intercesión es algo que Cristo siempre está haciendo, mientras que abogar lo hace dependiendo si la ocasión lo requiere. Él intercede por nosotros dada nuestra pecaminosidad, pero Él aboga por nosotros en el caso de pecados muy específicos.
Nota la naturaleza personal de la abogacía de Cristo. No es una parte estática de su trabajo. Esta se efectúa en cuanto la ocasión lo requiere. En ningún lugar de la Biblia nos enseña que en el momento que seamos salvos junto con Cristo, encontraremos que los pecados graves serán cosa del pasado.
Por el contrario, nuestro estado regenerado es lo que nos ha sensibilizado de nuestros indecorosos pecados. Estos se sienten aún más pecaminosos que antes de habernos convertido; de hecho, continuamos pecando después de volvernos creyentes. Muchas veces, cometemos pecados grandes. Por eso es que, Cristo es nuestro abogado.
Es la forma de Dios de animarnos a no tirar la toalla. Sí, fallamos a Cristo como discípulos. Pero su abogacía por nosotros se levanta más alto que nuestros pecados. Su abogacía por nosotros habla más fuerte que nuestras fallas. Él está a cargo de todo.
Cuando peques, recuerda tu posición legal delante de Dios gracias al trabajo de Cristo; pero recuerda igualmente quién es tu abogado delante de Dios gracias al corazón de Cristo. Él se levanta y defiende tu caso, basado en los méritos de su sufrimiento y muerte.
Tu salvación no es simplemente una cuestión de una fórmula salvadora, sino de un Salvador. Cuando pecas, su poder de resolución se levanta a lo más alto. Cuando sus hermanos y hermanas fallan y tropiezan, Él aboga en su favor porque es quien es Él. Él no soporta dejarnos solos para que nos las arreglemos.
¿Quién es Jesús, en nuestros momentos de vacío? No, ¿quién es Él en cuanto conquistas ese pecado? Sino, ¿quién es Él en medio de ello? El apóstol Pablo dice: Él se levanta y desafía a todo acusador.
Jesús es nuestro Paracleto, nuestro defensor consolador, el que está más cerca de lo que imaginamos, y es tal su corazón que, se levanta y habla en nuestra defensa cuando pecamos; no después de haberlo superado. En ese sentido, su abogacía es nuestra conquista en sí misma.
En realidad, estamos llamados a abandonar nuestros pecados, y no hay un cristiano sano que sugiera lo contrario. Cuando escogemos pecar, estamos abandonando nuestra verdadera identidad como hijo o hija de Dios, pues estamos invitando a nuestras vidas la miseria, y así desagradamos a nuestro Padre celestial.
Estamos llamados a tener una madurez espiritual profunda, de santidad personal cuando caminamos con Dios, una verdadera consagración, con nuevas vistas de obediencia. Pero cuando no lo hacemos—cuando escogemos el pecado—aunque hayamos abandonado nuestra verdadera identidad, nuestro Salvador no nos abandona.
Estos son los tiempos en los cuales su corazón es volcado a nuestro favor, renovando su abogacía en el cielo, haciendo resonar una defensa que silencia toda acusación, asombrando a los ángeles y celebrando el acogimiento del Padre hacia nosotros, a pesar de nuestros desórdenes.
No minimices tus pecados o te excuses. No levantes ninguna defensa. Simplemente, llévaselos al que tiene en su mano derecha al Padre, abogando por ti por causa de Sus propias heridas. Deja que tu injusticia, con toda su oscuridad y desespero, te conduzca a Jesucristo, el Justo, en todo su esplendor y suficiencia.
Escritura
Acerca de este Plan
Explora el corazón de Cristo por los pecadores y por aquellos que sufren, con una breve lectura diaria de las Escrituras y una meditación que refleja un aspecto particular del corazón de Dios y de Cristo. Comprende no solamente lo que Jesús hizo por ti, también lo que piensa de ti. De esta manera podrás ser cambiado de una manera profunda y duradera.
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