Dulce y humilde: un devocional de 14 díasMuestra

Todas nuestras intuiciones naturales nos dicen que Jesús está con nosotros, de nuestro lado, presente y ayudándonos, cuando la vida va bien. Este texto dice lo contrario. Es en “nuestras debilidades” que Jesús se compadece de nosotros. La palabra para "simpatizar" aquí es una palabra compuesta con el prefijo "con" (com) más el verbo sufrir. 

La palabra "simpatizar" aquí no es una lástima fría y distante. Es una profunda solidaridad sentida como la que se refleja en nuestras propias vidas, más parecida como de padres a hijos. De hecho, es más profundo incluso que eso. En nuestro dolor, Jesús se duele; en nuestro sufrimiento, Él lo siente como propio, aunque no lo sea. No porque su divinidad invencible esté amenazada, sino en el sentido de que su corazón se siente atraído por nuestra angustia. 

Su naturaleza humana conecta nuestros problemas de manera comprensiva. El suyo es un amor que no se puede contener cuando ve a su pueblo en dolor.

El autor de Hebreos nos lleva a lo más profundo del corazón de Cristo, mostrándonos la desmedida conexión de Jesús con su gente. La razón por la que Jesús es tan solidario con nosotros es que el difícil camino en el que nos encontramos no es exclusivo de nosotros. 

Él mismo ha viajado en él. No es solo que Jesús puede aliviarnos de nuestros problemas, como un médico que prescribe una medicina; es también que, antes de que llegue algún alivio, Él está con nosotros en nuestros problemas, como un médico que ha soportado la misma enfermedad.

Considera tu propia vida: cuando la relación se agria, cuando los sentimientos de futilidad te invaden, cuando sientes que la vida se te escapa, cuando no puedes ordenar tus emociones, cuando un viejo amigo te decepciona, cuando un miembro de la familia te traiciona, cuando te sientes profundamente incomprendido. En resumen, cuando tu mundo cae y te hace querer tirar la toalla, ahí, justo ahí, tienes un Amigo que sabe exactamente cómo te sientes, y se sienta cerca de ti y te abraza. 

Con nosotros. Solidaridad.

Nuestra tendencia es sentir intuitivamente que cuanto más difícil se vuelve la vida, más solos estamos. A medida que nos hundimos más en el dolor, nos hundimos más en el aislamiento que sentimos. La Biblia nos corrige. Nuestro dolor nunca supera el que Él mismo comparte. Nunca estamos solos. Ese dolor que se siente tan aislado, tan único, lo soportó Él en el pasado y ahora lo soporta en el presente.

Pero, ¿qué pasa con nuestros pecados? ¿Deberíamos desanimarnos porque Jesús no pueda ser solidario con nosotros en el más penetrante de los dolores, la culpa y la vergüenza de nuestro pecado? No, por dos razones. 

Una es que la impecabilidad de Jesús significa que Él conoce la tentación mejor que nosotros mismos. C. S. Lewis señaló este punto al hablar de un hombre que caminaba en contra del viento. Una vez que el viento de la tentación se vuelve lo suficientemente fuerte, el hombre se acuesta rendido y de esta forma desconociendo cómo habría estado diez minutos después. 

Jesús nunca se rindió; soportó todas nuestras tentaciones y pruebas sin rendirse nunca. Él, por lo tanto, conoce la fuerza de la tentación mejor que cualquiera de nosotros. Solo Él sabe realmente el costo. 

La segunda razón es que nuestra única esperanza es que quien comparte todo nuestro dolor lo comparte como el puro y santo. Nuestro Sumo Sacerdote sin pecado no es el que necesita rescate, sino que es quien lo provee. Es por eso que podemos acudir a Él para “alcanzar misericordia y hallar gracia” (Heb. 4:16). Él mismo no está atrapado en el agujero del pecado con nosotros; solo Él puede sacarnos. 

Su impecabilidad es nuestra salvación.