Dulce y humilde: un devocional de 14 díasMuestra
Un compasivo doctor viajó hacia la selva profunda para proveer cuidados médicos a una tribu primitiva afectada por una enfermedad contagiosa. Hizo traer a todo su equipo con él. Diagnosticó correctamente el problema y se prepararon los antibióticos para que estuvieran disponibles.
Este médico era lo suficientemente rico como para no necesitar ningún tipo de compensación económica. Pero, a medida que él intentaba ayudar a los enfermos, ellos lo rehusaban. Querían cuidarse por sí mismos. Finalmente, algunos jóvenes valientes dieron un paso hacia adelante para recibir la ayuda médica gratuita.
¿Qué siente el doctor? Gozo.
Su gozo aumenta a medida que los enfermos van a él en busca de ayuda y sanidad. Es la razón por la cual él estaba allí. ¿Cuánto más sería si los enfermos no fueran extraños, sino que fueran parte de su propia familia? Pues así es Cristo con nosotros.
Cristo no se siente aturdido ni se frustra cuando vamos a Él buscando un perdón fresco, una nueva absolución; cuando tenemos angustia, necesidad y vacío. Esa es la cuestión. Es lo que Él vino a sanar. Él bajó directo al horror de la muerte y luego cruzó al otro lado para proveer un suministro ilimitado de misericordia y gracia a su pueblo.
Cuando vas a Cristo en busca de misericordia, amor y ayuda en tu angustia, perplejidad y pecaminosidad, estás dirigiéndote al flujo de sus más profundos deseos, y no en contra de ellos.
Tendemos a creer que cuando vamos en busca de Jesús por necesidad y misericordia por nuestros pecados, de alguna manera nos apartamos de Él, lo minimizamos y lo empobrecemos. Mientras que siendo Él el Dios verdadero, en Cristo no puede haber más plenitud; Él comparte la misma inmortalidad, eternidad y plenitud invariable que el Padre. A pesar de ser hombre, el corazón de Cristo no es dañado por nuestro acercamiento; al contrario, su corazón se llena aún más cuando lo hacemos.
Para decirlo de otra forma: Cuando nos apartamos, escondiéndonos en las sombras, temerosos y decayendo, nos perdemos no solo nuestro propio aumento de consuelo, sino el aumento de consuelo del mismo Cristo. Él vive para esto. Esto es lo que ama hacer: su gozo y nuestro levantamiento y caída a la vez.
Nuestros corazones incrédulos van dejando huella. ¿No es una audacia presuntuosa arrastrar la misericordia de Cristo de una manera inadecuada? ¿No deberíamos medirnos y ser razonables, y cuidar de no cargarlo tanto?
¿Querría un padre con un niño que se está asfixiando que su hijo bebiera del tanque de oxígeno de manera mesurada y razonable?
Nuestro problema es que no tomamos en serio las Escrituras cuando nos habla del cuerpo de Cristo. Cristo es la cabeza; nosotros somos las partes del cuerpo. ¿Qué siente una cabeza respecto a su propia carne? El Apóstol Pablo nos dice: "Él lo alimenta y lo cuida" (Efesios 5:29). Luego, Pablo explícitamente hace la conexión con Cristo: "tal como Cristo lo hace por la iglesia, porque nosotros somos miembros de su cuerpo" (Efesios 5:29-30).
¿Cómo cuidamos de una parte herida en el cuerpo? La cuidamos, la vendamos, la protegemos y le damos tiempo para sanar. Por eso, esa parte del cuerpo no solo es un amigo cercano, es parte de nosotros. De la misma manera sucede con Cristo y los creyentes. Nosotros somos parte de Él. Por esta razón, el Cristo resucitado le pregunta al perseguidor de su pueblo: "¿Por qué me persigues?" (Hechos 9:4).
Jesucristo es consolado cuando te acercas a la riqueza de Su trabajo expiatorio, porque su propio cuerpo está siendo sanado.
Escritura
Acerca de este Plan
Explora el corazón de Cristo por los pecadores y por aquellos que sufren, con una breve lectura diaria de las Escrituras y una meditación que refleja un aspecto particular del corazón de Dios y de Cristo. Comprende no solamente lo que Jesús hizo por ti, también lo que piensa de ti. De esta manera podrás ser cambiado de una manera profunda y duradera.
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