Una vida de intimidad con DiosSample
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Apasionados por Su presencia
“El Señor le dijo a Moisés: Voy a mandar a un ángel delante de ti... Yo no los voy a acompañar... Moisés le dijo... Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éxodo 33:1-17 PDT y VRV).
¿Quedarse en el desierto? Nada podría ser peor. Sin embargo, Moisés prefería vivir en ese horrible lugar con Dios, antes que en lo más selecto del mundo sin Él. Moisés deseaba la amistad y cercanía del dador de las bendiciones. David anhelaba lo mismo: “Solo una cosa le pido al Señor: Habitar en la casa del Señor por el resto de mi vida. Así podré disfrutar el placer de estar junto al Señor...” (Salmo 27:4 PDT).
Mientras el líder quería a Dios, el pueblo prefería regresar a Egipto porque añoraba los ajos y puerros, Números 11:5. ¡Qué absurdo! Sus espaldas estaban marcadas por los latigazos y aun así querían volver. Moisés, en cambio, que había recibido un trato digno (apadrinado por el faraón, con la más selecta educación y disfrutando de todas las comodidades que el mundo pudiera ofrecerle) jamás pensó en retornar.
¿Por qué esa diferencia? Porque Moisés conocía a Dios personalmente. En cambio, cuando los israelitas recibieron la misma invitación “se mantuvieron a distancia... le dijeron a Moisés: - Háblanos tú..., pero que no nos hable Dios...” (Éxodo 20:18-21 NTV). Muchas personas buscan el poder del Señor pero no desean su presencia; anhelan la sanidad y la prosperidad antes que al Sanador, y la unción por encima del que unge. ¡Tú imita a Moisés! No te conformes con la bendición, busca al bendecidor. Nadie conocía a Dios como Moisés, por eso anhelaba más. Llega un momento en la vida cristiana en que las ‘cosas de Dios’ no satisfacen, solo su presencia logra ese cometido.
Si algo marcará tu vida para siempre eso será un encuentro con la presencia del Espíritu Santo. Así sucedió con los apóstoles. La atmósfera sobrenatural en la que vivieron tres años no impidió que se avergonzaran de Jesús. Pero todo cambió el día en que tuvieron una experiencia real y personal con el Espíritu Santo. Por encima de la protección, provisión y promoción que Dios pueda darte, búscalo a Él. Procura su comunión antes que su bendición. ¡Enamórate y apasiónate por su presencia!
“Amado Señor, te pido perdón por las veces en que te busqué solo por tus bendiciones. Anhelo experimentar una transformación real por el Espíritu Santo. Ayúdame en este camino. Confieso mi debilidad y me apoyo en tus fuerzas. Amén”.
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Cada día es una oportunidad para experimentar la presencia del Señor. Dios mismo es quien te extiende la dulce invitación para el encuentro santo: "Mi corazón te ha oído decir: «Ven y conversa conmigo». Y mi corazón responde: «Aquí vengo, SEÑOR»" (Salmo 27:8).
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