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«El ministerio del enviado»

Nos dio el ministerio de la reconciliación. Nuestra función específica, por la cual estamos en el mundo, es ser un elemento de reconciliación, para que el hombre pueda estar nuevamente de acuerdo con Dios.

El gran problema es, que el pecado del hombre, lo enemistó con Dios. No ha cambiado, ni lo hará y por eso, reconciliación es una decisión que cada persona debe experimentar. Como todo ministerio que uno recibe, al nombramiento le sigue la ejecución, pero algún día vendrá la evaluación de lo que hemos hecho, y estará a cargo del Señor Jesucristo, en su tribunal de recompensas.

La palabra del enviado no es suya, es de Dios, es del cielo, allí surgió. Pero sí es nuestro deber, el encargo recibido, guardarla y proclamarla. La palabra de la reconciliación, está absolutamente ligada con la obra de Cristo a través de la cruz. Pero lo que da mayor fuerza a la palabra de reconciliación del enviado, es que éste, tal como el apóstol Pablo testifica,  fue hecho justicia de Dios, es lo que pasó en su propia vida. Una vida celestial, es justamente lo que precisa, con urgencia, este mundo terrenal.

Es importante entender que Dios tiene un plan definido para cada uno en la vida y un lugar específico para cada uno, en el servicio para Él. Lo que debemos preguntarnos a medida que progresamos en la vida, es si estamos andando de acuerdo con el plan de Dios y si estamos avanzando hacia el lugar de servicio que Dios ha diseñado para nosotros.

Es triste pensar que algunas personas nunca descubren su lugar en la vida, acaban sus días sobre la Tierra sin experimentar jamás, la profunda satisfacción de saber que estuvieron en el lugar que Dios había planificado que ocuparan.

Muchos creyentes preguntan: «¿Cómo puedo saber, cuál es mi lugar en la vida?» El primer paso es conocer a Dios. La mayor aventura en la que uno se puede embarcar en la vida, es conocer a Dios.

Conocer a Dios comienza al colocar tu fe en el sacrificio sustitutorio de Jesucristo, que tuvo lugar en la cruz del Calvario. Fue allí, donde Jesús pagó la deuda del pecado que nos separaba de Dios. Su resurrección, es la prueba que Dios el Padre consideró aceptable su sacrificio y que satisface la justicia de Dios, allanando el camino para la justificación de la humanidad. Cuanto más conozcamos a Dios y comprendamos su manera de pensar, más nos entenderemos a nosotros mismos.