Decisiones

Este mandato que te entrego hoy no es demasiado difícil para ti ni está fuera de tu alcance. No está guardado en los cielos, tan distante para que tengas que preguntar: «¿Quién subirá al cielo y lo bajará para que podamos oírlo y obedecer?». Tampoco está guardado más allá del mar, tan lejos para que tengas que preguntar: «¿Quién cruzará el mar y lo traerá para que podamos oírlo y obedecer?». Por el contrario, el mensaje está muy al alcance de la mano; está en tus labios y en tu corazón para que puedas obedecerlo (Deuteronomio 30:11-14).

¡Te felicito porque acabas de tomar la mejor decisión de tu vida! Por años me negué a creerle a Dios, e incluso le rechacé porque pensé que sólo quería tener títeres sin voluntad. Cuando leí este versículo me percaté de que mi corazón estaba cerrado y mis labios eran dirigidos por el rencor y la amargura hacia Dios. La ignorancia me hizo esclavo de mis propias creencias, que lo único que lograron fue alejarme del Creador que hizo los cielos y la tierra. Pero al decidir creerle la libertad estaba muy cerca de mí, únicamente tenía que tomar una decisión. ¿Es Jesús el que me redime? La respuesta es ¡sí¡, y esa es una decisión personal. Te has preguntado: ¿qué perdemos al decirle «sí, ven a mi corazón»? Yo me hice esa pregunta hace muchos años, y reflexioné que lo más probable era que no perdiera nada. ¡La realidad es que fue la mejor decisión que tomé en mi vida y ha sido muchísimo lo que he ganado! ¡Y sigo ganando!

La vida consta de decisiones que tenemos que tomar cada día, sean transcendentes o intrascendentes. ¿Qué carrera voy a estudiar? ¿Cuál es la mejor universidad? ¿Podré pagarla? ¿Es esta la persona correcta para casarme? ¿Qué ropa me pongo hoy? ¿Qué voy a desayunar? Quieras o no, siempre estás tomando decisiones.

Una decisión determina nuestro futuro, y decidir creerle al Señor es como empezar a caminar un camino no recorrido, sólo que en esta ocasión no vamos solos, sino Él va junto a nosotros. La realidad es que al no decidir, sin darte cuenta ¡ya decidiste! ¡Decidiste no decidir! Dios nos hizo seres de libre albedrío, o sea, nos dio la libertad individual de escoger porque precisamente no quiere títeres sino individuos que elijan conocerlo voluntariamente. A pesar de quién es Él, no impune su voluntad, sino respeta tu decisión.

Una decisión por sí sola no es suficiente. Debe ser respaldada por la determinación de seguir adelante en base a la decisión tomada. Por eso, no te des por vencido, ¡no fuiste creado para la derrota sino para derrotar! Y eso es posible ahora que conoces a Jesús. ¡Sigue adelante en este nuevo camino que has empezado!

¡Esta es la mejor decisión que has tomado!