Caminando Cerca Del Maestro Sus Últimos DíasMuestra
Domingo de Resurrección | María Ester Sánchez Núñez
Está amaneciendo y ya estamos de camino con lo necesario para terminar la tarea y seguir con el duelo. Unas bolsas llenas de especies aromáticas, el alma llena de pena y una pregunta en la mente: ¿quién nos va a remover aquella piedra?
De pronto, un temblor extraño (otro en tan poco tiempo) nos saca por unos instantes de nuestras preocupaciones inmediatas, nos frena. Tras recobrar el paso, confusas aún más si cabe, ya vemos a poca distancia la tumba. Pero ¿es aquí?
Un resplandor como de un relámpago rodea la gran piedra descolocada en la que dos ángeles sentados encima nos dicen que no temamos mientras los soldados de la guardia, más descolocados aún que la piedra, temblorosos, inmóviles, como muertos, son testigos visuales únicos de lo imposible, aunque ya predicho.
¿Pudo realmente el dinero del soborno callar sus bocas y sus conciencias? ¿Cuánto dinero se necesita para conseguir vivir cuerdo después de vivir lo inimaginable? ¡Aquella escena no era la que esperaban desde luego! ¡Y la tumba estaba vacía!
El espanto y la alegría son el combustible que nos hace correr en busca de los discípulos. “¡Buenos días!”, ¡el resucitado nos sale al encuentro!
¡Y tan buenos! Nunca antes. Nunca después un día similar. Yo también caigo a Sus pies deshecha en adoración y asombro.
“No temáis”.
“Id a avisad al resto que nos encontramos en Galilea”.
Así lo hacemos, pero ellos piensan que lo que les contamos es una locura, que si lo era, ¡bendita locura!, pero no nos creen. Excepto Pedro y Juan que salieron corriendo para comprobar por si acaso...¿pudiera ser cierto? En el fondo, querían creerles.
María Magdalena vuelve corriendo detrás de ellos. Los tres ven las vendas, la sábana de lino, la tumba... Vieron y entonces creyeron. Ellos regresan a casa. Ella se queda afuera del sepulcro llorando. Allí mismo donde dos días antes se había quedado mirando a José y a Nicodemo dejar Su cuerpo. El cuerpo que ahora no estaba.
Allí mismo, en su asombro, Jesús la encuentra. Como también encuentra a los dos caminantes de Emaús. Ellos tampoco le reconocen al principio.
“¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?”, le pregunta a María.
“¿Qué ha pasado?”, les pregunta a los del camino.
Y les deja responder. Les escucha. Les acompaña, paciente, en sus propios procesos, al menos por un tiempo.
Luego la llama por su nombre.
Luego parte el pan.
Está llegando la noche.
Los discípulos se han reunido a puerta cerrada por miedo a los judíos porque se ha corrido la mentira de que ellos han robado el cuerpo. A puerta cerrada, para procesar juntos la verdad de la promesa cumplida, del sepulcro vacío, del testimonio ya de varias mujeres y de dos de ellos que le habían visto vivo.
Y allí, Jesús les encuentra.
Les ofrece paz.
Les ofrece las cicatrices.
Les ofrece un propósito y un destino.
Les ofrece el Espíritu.
Los discípulos le ofrecen a Él un pescado para comer. Tomás no está con ellos. Hoy no. Hoy Jesús salió al encuentro de unas mujeres cuyos planes para el día habían sido maravillosamente cambiados.
Al encuentro de María, llorando su dolor y sus preguntas con respuestas que no entendía.
Al encuentro de unos caminantes embargados en su tristeza, puede que incluso huyendo...
Al encuentro de los discípulos asustados, escondidos pero reunidos.
Hoy, Jesús resucitado ¡sale al encuentro! También me encuentra a mí. No se ha quedado esperando que yo llegue. Me ha estado buscando. Allí, en el camino al amanecer, me viste. En la entrada al sepulcro, me miraste. Postrada y abrazada a tus pies, me amaste. Ya lo habías dicho. Y lo has cumplido, tal como lo dijiste (Mc. 16:7)
“Recuerda”, solo me dices.
“Recuerda”, me repito a mí misma.
“Si he cumplido al volver a la vida, tal como lo había dicho, ¿qué más te he dicho y necesitas recordar?”
“Recuerda”.
DÍAS DESPUÉS...
Tomás vuelve a preguntar lo mismo. “Cuéntamelo de nuevo”. Los discípulos se alegran más cada vez que se lo cuentan. "Vimos Sus manos y Su costado”. Tomás se recrimina de nuevo no haber estado... “Si yo no meto mis dedos donde han estado los clavos...”
Se van corriendo las noticias por las calles de la ciudad aturdida. Unos dicen y aseguran que todo es una trama de unos locos apasionados. Otros quieren creer aunque no le han visto. Nosotros nos seguimos juntando a puerta cerrada. “¿No deberíamos estar yendo a Galilea?”, alguno sugiere...
Van pasando los días de esta semana. Tomás no se pierde ninguna de las veces que nos juntamos. No puede vivir con su duda. No quiere perderse la posibilidad de que se repita. Todas las noches revivimos los acontecimientos. Por Tomás, por nosotros, por los que escuchan a escondidas.
Yo también quisiera verle resucitado de nuevo. Y el octavo día, Jesús regresa, de la nada, con la puerta cerrada.
“No seas incrédulo”.
Desbordan ternura Sus palabras, Su mirada, Sus cicatrices aún frescas.
“Dichosos los que no ven y aún así creen”.
Siempre antes me había dado por aludida.
EN GALILEA ...
Me he venido con los discípulos y los que se han apuntado a Galilea porque Él dijo que aquí le volveríamos a ver. Es cierto que no dijo cuándo. Nos pueden más las ganas de verle de nuevo que las respuestas. Pero van pasando los días. Cada vez que nos juntamos a comer o a recordar, nos inunda la expectativa de que en cualquier instante va a aparecer entre nosotros. Por eso, alargamos los tiempos un poquito más siempre... por si acaso.
“Yo me voy a pescar”, acaba de decir Pedro. Eso de seguir sin hacer nada no va con él, parece. Además, las pocas provisiones que nos trajimos van llegando a su fin. Nos vamos unos cuantos con él. Pasan las horas. Ni rastro de Jesús ni de peces. Al menos eso creíamos, equivocados.
¡Estaba en la orilla, preparando un fuego y desayuno! Cariñosamente nos anima a echar de nuevo las redes. No le importa repetirse. Las mismas instrucciones de otras veces, la misma manera de hacernos sentir amados, la misma forma de asombrarnos.
Pedro no aguanta en la barca. Los demás, como podemos, llevamos la barca repleta de peces a la orilla. Pedro vuelve corriendo a la barca a sacar la red ahora llena de los escurridizos peces de horas antes, ¡los 153! ¡Qué gracioso este Pedro! La espera ha merecido la pena.
Aquí estamos con Él, como había dicho. Partiendo el pan, calentándonos en la hoguera mucho más que los cuerpos destemplados por la noche y la espera. Pedro se queda con la mirada perdida en las llamas por un instante ¡Qué diferente todo a la anterior hoguera donde días antes buscó cobijo...!
Creo que Jesús tiene algo en mente.
“¿Me amas?” Tres veces le pregunta.
Tres veces le respondo con la misma sinceridad, como si estuviera en realidad conversando conmigo. Sus preguntas me desarman, si es que algo queda todavía en mí, pies con cabeza.
“Tú lo sabes todo”.
Sabes que me he colado desde antes de yo imaginar que pudiera ser posible. Sabes de mi asombro, de mis preguntas, de mis dudas, a veces; de mi hiperactividad otras, de mis huidas y venidas, de mi pasión y de mi entrega.
“Cuida de mis ovejas”.
Nos llevas a Betania y tras unas últimas indicaciones de volver a esperar, nos bendices mientras te alejas. Te perdemos de vista, pero seguimos mirando al cielo, a ese mismo punto donde ya no te vimos más. Tu voz resuena aún con claridad:
“Yo estoy con vosotros hasta el fin”.
Acerca de este Plan
¿Alguna vez has pensado en cómo sería vivir de cerca aquellos últimos días de Jesús en la tierra? ¿Te gustaría traspasar las fronteras del tiempo y el espacio e imaginarte en los mismos escenarios, escuchando en directo aquellas conversaciones íntimas que hasta ahora solo has leído? Te invito a seguir los acontecimientos relatados en los cuatro evangelios desde una perspectiva nueva.
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Nos gustaría agradecer a Sociedad Bíblica de España por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://www.sociedadbiblica.org/