Caminando Cerca Del Maestro Sus Últimos DíasMuestra
Jueves | María Ester Sánchez Núñez
Apenas ha amanecido.
Los jefes de los sacerdotes deciden atarte y llevarte a los gobernantes políticos romanos en espera de que ellos decidan Tu muerte, ofreciendo testimonios falsos mezclados con medias verdades, acusándote de muchas cosas… que no consiguen convencer ni a Pilatos ni Herodes. Pero, presionados por la gente, por los poderes religiosos y sociales, al final te entrega a sus deseos, a Tu muerte en una cruz; no sin antes azotarte.
Te cubren con un manto lujoso y te ponen una corona de espinas, te golpean con una caña en la cabeza… te hacen reverencias grotescas...el desprecio, la burla, el maltrato… Tu silencio.
Silencio roto solo cuando Pilatos parece estar interesado sinceramente en saber la verdad. Por un instante, pareciera que pudiera ser otro Tu destino… Tristemente, no.
Te sacan de aquel palacio cargando una enorme cruz, camino al Gólgota a las afueras de Jerusalén. Por el camino, te seguimos no dando crédito a los acontecimientos de la mañana, ni a nuestros ojos. Gente del pueblo, mujeres llorando y golpeándose el pecho (Lc.23:28)...
“No lloréis por mí” nos dices…
¡Cómo no hacerlo!
Fuerzan a un hombre africano que observaba entre la multitud a llevar la cruz que hasta ahora a duras penas ibas Tú cargando. ¿Por qué le cogen a él para tal misión? Luego, supimos que se llamaba Simón y que volvía de trabajar en el campo, a pesar de que era temprano aún en la mañana. No se negó.
No se me ocurrió a mí ir a ayudarte tampoco. No puedo aún creer lo que estoy viendo, a pesar de saber sobra la historia... siempre he llegado demasiado rápido al Domingo...
Te cuesta caminar. ¡Has pasado tanto en estas últimas horas...! Son apenas las nueve de la mañana. Hemos llegado. Hay otros dos hombres con la misma sentencia de muerte. Los soldados romanos, supervisados por el centurión, están cumpliendo su trabajo... Te están clavando a una cruz de pies y manos.
“Padre, perdónalos...” creo escucharte.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
“Padre, en Tus manos encomiendo mi Espíritu”.
“Mujer, ahí está tu hijo”.
“Ahí está tu madre”.
Tus últimas palabras, entrecortadas y luego un grito.
“Eli, Eli, ¿lama sabactani?”
Se me desgarra el alma. Después, supe que en aquel mismo instante se había rasgado también el velo que separaba lugares santos del templo. Son las tres de la tarde. La tierra tiembla. Los soldados se sientan a contemplarte después de rifar Tus ropas. Uno de ellos se sorprende de que hayas podido morir ya, y te atraviesa el costado con una lanza; sin saberlo, cumpliendo así otra profecía. De tu costado brota agua y sangre... confirmado, ya has muerto.
Unas mujeres miran no muy lejos de la cruz, mujeres que te aman, que te han seguido y servido, que se han sabido amadas y han querido seguirte hasta aquí. Alguna también pensando en María, tu madre, destrozada, guardando como tiene por costumbre, “todas las cosas en su corazón”.
Desconcierto, desolación, decepción, tristeza agonizante. ¿Cómo ha podido pasar lo que tenemos delante de nuestros propios ojos? Tanta injusticia, tanto sin sentido, tanto dolor. Tantas preguntas, tan pocas respuestas. Y aquella oscuridad extraña por tres horas en medio del día... ¿gemía la misma Creación a su manera? ¿Las tinieblas reinantes se apoderaron también de la Tierra? El centurión habiendolo visto exclama:
“¡Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios!”
No se equivocaba mucho. Solo en el tiempo verbal: “¡Verdaderamente, este hombre es el hijo de Dios!” Sigue siendo, incluso ahí en la cruz. Le saca de sus torpes cavilaciones la extraña petición de José de Arimatea al atardecer pidiéndole el cuerpo de aquel que él acababa de clavar a un madero.
José ya había reunido el valor suficiente para ir a Pilato para pedir el permiso necesario para llegar luego con su petición al centurión. Se acababa así su secreto. Reunido el valor y concedido su deseo, recopiló entonces lo necesario para llevarse el cuerpo de su maestro al sepulcro nuevo que tenía desde hacía poco tiempo. Nicodemo le ayuda. También él rompe su silencio.
Una sábana de lino, 34 kilos de mirra y aloe, unas vendas para envolver Su cuerpo destrozado. ¡Cuánta ternura quitando los clavos! Ya no importa que el mundo entero sepa lo que habían callado por tanto tiempo. Sus lágrimas se mezclan con Tu sangre seca. Tu sangre y el sudor de ellos al bajar Tu cuerpo inerte. Una última y definitiva muestra de Amor, perfecto, el tuyo, póstumo el de ellos.
Yo sigo cerca de María, Tu madre, de Tu tía, de las otras mujeres. Hay un cierto sentido de urgencia en la escena. Las horas pasan. No podemos alargar el duelo aquí mucho más tiempo, todo el que nuestros rotos corazones nos están pidiendo.
Va a anochecer pronto. Es el día de reposo. Todos lo sabemos. Queremos movernos, pero cada intento es un intento fallido. El maestro ya no está clavado al madero. Ahora somos nosotras las clavadas a aquel suelo del Calvario, manchado por la sangre inocente de nuestro Amado.
José y Nicodemo cargan Tu cuerpo hacia aquel huerto. Nosotras les acompañamos. Vemos dónde te dejan. Era un sepulcro en la roca. Ruedan una piedra a la entrada. José se aleja apesadumbrado, pensativo, creo. Yo me quedo con María Magdalena y con Tu madre, sentadas delante del sepulcro un rato más...
Un poco más, solo un poco.
Estás muerto.
Déjame llorarte.
Déjame quedarme aunque estés muerto. Aunque una enorme piedra fría me separe de Tu cuerpo roto. Aunque yo sepa más que ellos, lo que ellos aún no saben. ¿No lloraste Tu mismo ante el sepulcro de Tu amigo Lázaro aún sabiendo que horas después estaría sentado a Tu lado?
Creo que están diciendo algo sobre volver a casa y preparar más especies aromáticas para darte sepultura apropiada, no de prisa y corriendo como ha sido el caso. Tu madre no se quiere ir. Yo tampoco. Las demás finalmente nos convencen, cargando con sus brazos, cansadas, mucho más que nuestros pesados cuerpos.
Escrituras
Acerca de este Plan
¿Alguna vez has pensado en cómo sería vivir de cerca aquellos últimos días de Jesús en la tierra? ¿Te gustaría traspasar las fronteras del tiempo y el espacio e imaginarte en los mismos escenarios, escuchando en directo aquellas conversaciones íntimas que hasta ahora solo has leído? Te invito a seguir los acontecimientos relatados en los cuatro evangelios desde una perspectiva nueva.
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Nos gustaría agradecer a Sociedad Bíblica de España por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://www.sociedadbiblica.org/