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Caminando Cerca Del Maestro Sus Últimos Días

DÍA 4 DE 8

Miércoles | María Ester Sánchez Núñez

Empieza otra jornada más, aparentemente como cualquier otra, excepto que comienza la Pascua y los discípulos (también Judas, que ya ha vuelto) quieren saber dónde está pensando el Maestro celebrarla. Por supuesto, Él ya lo tiene todo calculado, aunque los discípulos no tengan la más mínima idea...

Que si un hombre con un cántaro, que si la casa de quien ellos ya saben... El caso es que, cuando llegamos, ¡todo está listo para nosotros! ¿Cuándo había hablado Él con ellos? ¿O había hablado sin hablar? Asombrados, prepararon la comida.

Jesús iba llenándose de angustia (Jn. 23:21) conforme iban pasando las horas, pero no nos dimos cuenta ninguno. Solo después... horas después... días después...

Ya estábamos todos sentados (bueno yo no, yo sigo a una distancia prudencial, la distancia que ponen los siglos de historia de por medio). De repente, Jesús se levanta de la mesa, no para bendecir los alimentos, sino para lavar los pies a Sus discípulos. A todos, también a Judas, que sorprendentemente, no pone pegas ninguna. El único que rechista es Pedro...

“Si yo siendo el Maestro... haced vosotros lo mismo”

Esta cena promete.

“¡Cuánto he deseado cenar esta Pascua con vosotros!”Jesús abre Su corazón, les advierte, les enseña, les profetiza, les ama (incluido a Judas). Algunas cosas las van entendiendo, otras las niegan: ¿cómo puede ser posible que uno de ellos le vaya a traicionar o que en cuestión de horas todos le vayan a abandonar?

¡Impensable! (Jn. 13:28)

De nuevo, Judas se levanta de la mesa y se va. Este chico está resultando ser un poco raro... Jesús sigue hablando con el resto como si nada, y con su Padre, como si no hubiera nadie escuchándole:

“Que nos amemos”

“Que sean uno”

“Confiad en mí”

“Os enviaré a un Consolador”

“Padre, glorifícate...¡Cuídalos!”

Al acabar de orar y de cenar, nos vamos al Monte de los Olivos y de allí, al huerto de Getsemaní, se lleva solo a unos cuantos para que le acompañen mientras Él ora. Jesús se va llenando de indescriptible tristeza y de profunda angustia (Mt.26:37), pero ellos no se dan cuenta de la gravedad del momento, y se quedan dormidos (Lc. 22:45 sugiere que de pura tristeza... ¿están empezando a sospechar algo?). El caso es que Dios Padre, viendo a Su Hijo Amado angustiado orando, sudando sangre, le envía un ángel del cielo para fortalecerle ante lo que le venía por delante (Lc. 20:43).

Un tumulto ruidoso se acerca precipitadamente con espadas, palos y lámparas. “Hora en que reinan las tinieblas” (Lc. 22:53) y Judas con ellos.

Un beso.

Una pregunta.

Una respuesta sencilla, sincera: “Yo soy”.

Una reacción (Jn. 18:6).

Pedro echa mano de la espada. Jesús echa mano de la Gracia, sanando una oreja, enseñando de nuevo quién está en el Trono (Lc. 22:68, Mt. 26:53). Se llevan a Jesús como si fuese un bandido. ¡Atado!

Los discípulos huyen, menos Pedro y Juan que le siguen de lejos... Van a casa de Anás, suegro de Caifás, el sumo sacerdote. Le acusan de falsedades. Jesús permanece callado, atado.

Caifás le pregunta: “¿Eres el Cristo?”. Jesús responde contundente: “¡Lo soy!”. Caifás se rasga sus ropas. ¡Todos los allí presentes en unanimidad le condenan a muerte! Le escupen, le vendan los ojos, le golpean, le abofetean, se mofan de Él, le insultan... Pasan las horas oscuras y frías de la noche...

Afuera, en el patio, Pedro intenta calentarse el cuerpo. Pero la hoguera no consigue que su alma entre en calor. Tres veces le identifican. Tres veces él lo niega. Luego un gallo canta... justo antes de que a Jesús le vendasen los ojos, porque en ese momento ya predicho, Jesús se vuelve y le mira (Lc. 22:61). Amargamente, Pedro sale de aquel patio llorando.

Jesús ya había orado por ese preciso momento (Lc. 22:32). Jesús llevaba tiempo preparando cada detalle de este largo, triste y desconcertante día; preparando y orando ¡incluso por mí! (Jn. 17:20)

Yo también me ilusioné por la mañana buscando al hombre del cántaro, como una niña buscando pistas de una gynkana. Yo también quise que me tocasen los pies cansados y sucios, y Sus manos a punto de ser eternamente marcadas. Yo también me dormí en el huerto dejándole sufrir a solas. Yo también quise rebelarme ante aquella injuriosa e injusta sucesión de acontecimientos. Yo también le seguí de lejos absorta, no dando crédito a tanto despropósito aparente.

Yo también fui alcanzada por su dolorida y aún tierna mirada hablándome de nuevo sin palabras: “Está bien. Tienen que cumplirse cada una de estas cosas” (Mt. 26:54).

Yo lo sé. Pero ¡es tan duro verte así!

No puedo dejar de pensar en cómo deciden vendarte los ojos justo después de que tu mirada encontrase los ojos avergonzados de Pedro. ¿Qué temían ellos? ¿Acaso una sola mirada tuya podía tal vez descolocarles a ellos también? “Mejor le tapamos los ojos”... no era tanto por continuar con aquel macabro juego como para evitar cruzarse la mirada con Tus tiernos, sufridos, amantes ojos.

“Si no le vemos, no nos ve”, pensaban ilusos aquellos... desconociendo por completo al que todo sabía de cada uno de ellos: quién le golpeaba, quién era su familia, cuáles eran sus destinos... no le hacía falta alguna verles. Pero decidió no decir palabra. Todo estaba siguiendo el plan profetizado desde el principio de la Creación. Es un plan horrendo y necesario. Y Él lo sabe. Lo sabe y calla mientras aguanta los golpes con los ojos vendados.

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Acerca de este Plan

Caminando Cerca Del Maestro Sus Últimos Días

¿Alguna vez has pensado en cómo sería vivir de cerca aquellos últimos días de Jesús en la tierra? ¿Te gustaría traspasar las fronteras del tiempo y el espacio e imaginarte en los mismos escenarios, escuchando en directo aquellas conversaciones íntimas que hasta ahora solo has leído? Te invito a seguir los acontecimientos relatados en los cuatro evangelios desde una perspectiva nueva.

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Nos gustaría agradecer a Sociedad Bíblica de España por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://www.sociedadbiblica.org/