Panorama de la oración: Pablo a los tesalonicenses, parte 2Muestra

La santidad y el cuidado de la creación

Sin lugar a dudas, el mandato de cuidar de la creación, es parte integral del profundo llamado de Dios. Cuanto más participamos del carácter santo de Dios, tanto más nos debemos ocupar de las cosas de Dios. Así que, si queremos cumplir el llamado que fue dado a Adán y Eva, es decir cuidar del Huerto, debemos comprometernos con él. Tenemos que comprometernos con preservar, cuidar, y proteger nuestro planeta, el ambiente físico en que habitamos, en cumplimiento de nuestra parte, para que prospere para la gloria de Dios y para sus planes creativos, estéticos, redentores, y para nuestra propia supervivencia.

En resumen y términos muy prácticos, esto abarca desde el reciclaje de todo tipo en nuestro hogar; papel, plásticos, maderas y metales; hasta al apoyo de los esfuerzos para combatir el calentamiento global y la manera desastrosa en que afecta a todo el ecosistema el no hacerlo. Estas no son meras preocupaciones de movimientos ecologistas, o de éticas secundarias o periféricas, tampoco se trata principalmente de asuntos de partidos políticos, son importantes asuntos, que tienen que ver con la santidad.

El cuidado de la creación significa también, que debemos cuidar integralmente de nuestro cuerpo, como parte de una vida integral, santa y completa. Nuestro cuerpo fue creado por Dios, y debe ser presentado como instrumento de justicia, ya que es templo del Espíritu Santo. Cuidar el templo que nos fue dado, no tiene que ver con vanidad, también es santidad.

Las personas santas, son aquellas que tienen un profundo sentir por todas las criaturas que Dios ha creado. Santidad también significa, ser sensible al bienestar o al sufrimiento de toda criatura viviente.

Así que, las personas santas andan con gozo y sin dejar una perjudicial huella en la tierra. Viven en armonía recíproca con Dios, y buscan vivir en armoniosa reciprocidad con la bondadosa tierra, creación de Dios. Sojuzgar la tierra, no tiene que ver con solo «dar órdenes» para que las cosas sucedan a nuestro antojo, sino con un compromiso real con la creación, que a bien nos entregó el Padre para que la administremos de la manera correcta.