El trono.

Entre las Mejores Promesas y las Promesas Pendientes tenemos una que se estuvo esperando con gran espectación. El cimiente, el descendiente, la semilla prometida de la mujer, que trinfaría sobre el mal «aplastando la cabeza de la serpiente».

A lo largo de la lista con la que comienza el Nuevo Testamento hubo una constante espectativa en cada uno de los nombres ahí mencionados:

¿Será este el prometido?

En mi opinión, ese es el origen de la leyenda de la torta debajo del brazo.

Cuando el Ángel Gabriel le habla a María y le da la gran noticia le dice:

«El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David».

Ciertamente nuestro Señor Jesucristo está sentado a la derecha del Padre pero ese no es el trono del Rey David. Para este cumplimiento se requiere que Jesús regrese, se siente y gobierne desde la nueva Jerusalén.

De nueva cuenta hay una promesa que apunta al milenio de los santos.

Si consideramos el libro del profeta Isaías encontramos algunos detalles para añadir:

1. Los bebés recién nacidos ya no morirán.

2. Los adultos no morirán antes de su plenitud.

3. La tercera edad comenzará a los 100 años. Y,

4. Sólo hay un tipo de persona que morirá siendo jóvenes.

El profeta Isaías le añade al cronograma celestial una época que con toda claridad es superior a nuestra época actual y menos gloriosa que la descrita por Juan en el último libro de la Biblia. Es decir, el milenio de los santos.

Esta es la cuarta promesa pendiente.