Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazEjemplo

Hebreos 2:14b-15

“... para que por medio de la muerte destruyera al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librara a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”
(Hebreos 2:14b-15, RVR1960)

La conexión entre miedo y muerte es algo que ya hemos explorado a lo largo de esta serie devocional. No hace falta mucho análisis para ver cómo, al rascar las capas del miedo en nuestra vida, inevitablemente llegamos a la realidad de la muerte.

Sin embargo, en este pasaje, el autor de Hebreos lleva esta conexión un paso más allá: no solo conecta el miedo con la muerte, sino que también vincula la muerte con el diablo y con la esclavitud. Como esclavos del pecado, nos encontramos no solo con el miedo a la muerte, sino también bajo el dominio del diablo.

El pecado nos lleva a la muerte, y con ella llega el miedo, algo que el diablo sabe y utiliza en su beneficio. Este ciclo de pecado, muerte, y miedo continúa sin cesar, haciendo que la vida misma se defina por la muerte.

Pero el pecado, la muerte y el diablo—esa alianza impía que trae consigo el miedo—no tienen oportunidad contra nuestro Dios. Dios no solo irrumpe en esta espiral de derrota desde el exterior, sino que rompe desde adentro. Este es el corazón de la importancia de la venida de Cristo. Como nos dice 1 Corintios 15:21: "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados."

Somos salvados de aquello que más tememos porque nuestro Dios pasa por ello hasta el punto de sufrir su derrota. Esa derrota, que tiene lugar en la cruz, culmina en la victoria cuando Él resucita de entre los muertos. Como Martin Lutero lo dice: "Cristo muere una 'muerte contra la muerte', para que todo lo relacionado con ella—incluyendo nuestros temores—sea destruido una vez y para siempre."

Nuestro Dios no solo irrumpe desde fuera, sino que rompe desde dentro. Y ahora, su victoria y todos sus frutos te son dados. Ya no estás separado de su presencia. Ya no eres esclavo del pecado, la muerte o el diablo. Ya no eres alguien que vive bajo el miedo, sino uno que vive en la bondad de Dios, cubierto por su justicia y con la promesa de su vida eterna. Este es el regalo que el niño en el pesebre vino a traernos.

Querido Padre Celestial,
Gracias por enviar a tu Hijo Jesucristo para conquistar la muerte y el miedo que trae, una vez por todas, para que podamos disfrutar de tu vida eterna. Amén.