Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazEjemplo

Juan 16:33

Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33 RVR1960).

El Evangelio de Juan está lleno de contrastes dramáticos: luz contra oscuridad, carne contra espíritu, el mundo de abajo contra el mundo de arriba, el conquistador contra el vencido. Este tipo de lenguaje permea todo el Evangelio, sirviendo para intensificar la tensión de la narrativa histórica. Con Juan, una cosa está clara: los riesgos son altos. Si el Evangelio de Juan se hubiera convertido en una película, probablemente habría sido dirigida por Michael Bay o Guy Ritchie. Mucha acción y explosiones.

La historia navideña de apertura establece el tono. Juan no tiene tiempo para tarjetas de felicitación de Hallmark ni para bebés dóciles y suaves, ni siquiera para genealogías. En cambio, comienza de inmediato declarando que Jesús es el logos. Él es la respuesta divina a todo. Es el principio organizador del universo. Él irrumpe en nuestro mundo como un cometa, destrozando nuestras ilusiones sobre quiénes somos y quién es Dios, liberándonos de la oscuridad que nos tenía cautivos al vencerla. “Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Jesús ha vencido. Como comenta el erudito del Nuevo Testamento R. C. H. Lenski, “Qué necedad temer a un enemigo aplastado y vencido”.

Curiosamente, Jesús pronuncia estas palabras de ánimo a sus discípulos inmediatamente después de haber predicho que todos lo abandonarían. Y tenía razón. A medida que se acercaba su crucifixión, ellos fueron dominados por el miedo y se dispersaron. Se entregaron a sus más profundos temores y abandonaron a su Señor. Valoraron más su propia seguridad que al Salvador. En última instancia, nuestros miedos más profundos revelan nuestra falta de confianza en Dios. Revelan que nuestro temor al Señor ha sido eclipsado por algún otro miedo, menor. También nosotros abandonamos a nuestro Salvador al no confiar en Él sobre todas las cosas.

Sin embargo, la buena noticia es que el amor de Dios es más grande que nuestro miedo. Él vino a traer paz a través de la sangre derramada de su hijo, quien nos perdona y nos concede la fe. La tensión dramática que sentimos dentro de nuestros propios corazones, contra el mundo que nos rodea y contra el diablo, solo puede ser apaciguada por su mano firme y segura, marcada por los clavos. Gracias a Dios, Él ha hecho exactamente eso.

Padre Celestial, perdona mis intentos de vencer el mundo por mi cuenta. Ayúdame a descansar en la suficiencia de tus dones. Amén.