Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazEjemplo

Lucas 2:14

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14, RVR1960).

El evangelista Lucas menciona dos ocasiones en las que se habla de la “buena voluntad” de Dios (en griego, eudokía). Una de ellas es durante el ministerio de Jesús, cuando “se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños; sí, Padre, porque así te agradó’” (Lucas 10:21, RVR1960). La primera mención de esta buena voluntad fue la noche en que nació Jesús, cuando “una multitud del ejército celestial alababa a Dios, diciendo: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!’” (Lucas 2:14, RVR1960).

Qué apropiado es que en ambos contextos (tanto en las palabras de Jesús como en las que cantaron los ángeles), quienes escucharon el mensaje y quienes de Jesús se habló no eran los grandes y poderosos, sino los humildes y sencillos: los niños pequeños y los pastores. Y esto no es porque los “pequeños” de este mundo sean especialmente dignos de la buena voluntad de Dios. Más bien, se les menciona porque el modo de obrar de Dios en este mundo es rebajarnos a todos, disminuirnos, vaciarnos de nosotros mismos, para que podamos recibir con fe humilde su buena voluntad hacia nosotros, en su Hijo, quien nos llena y nos enriquece con Él mismo. Como cantó la madre de Jesús: “Ha derribado de sus tronos a los poderosos, y ha exaltado a los humildes” (Lucas 1:52, RVR1960).

La paz en Jesús no es simplemente la ausencia de conflicto o temor, sino la plenitud del amor.

“¡Gloria a Dios en las alturas!”, cantaron los ángeles, porque solo Él es digno de gloria. ¿Y cómo muestra Dios su gloria? Enviando su favor, su buena voluntad, a la tierra en un bebé de carne y hueso, nacido en circunstancias humildes. La gloria del Padre en las alturas desciende hasta nosotros en Jesús para darnos paz. La paz en Jesús no es solo la ausencia de conflictos o temores, sino la plenitud del amor. Una plenitud que nos llena cuando somos traídos a lo bajo y vaciados de nosotros mismos. Una plenitud que nos incorpora a la vida de Dios para que podamos ser hijos de nuestro Padre celestial. La buena voluntad del cielo, el favor de nuestro Padre, reposa sobre nosotros mientras descansamos en Jesús, nacido para nosotros, para que podamos renacer en Él; esta es la verdadera paz.

Padre Bueno y Misericordioso, llena nuestros corazones con tu favor y concédenos tu buena voluntad mientras descansamos en el amor de tu Hijo, en paz contigo. Amén.