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El dinero como maestro

Desde la antigüedad, el intercambio de bienes ha existido en todas las culturas. El comercio comienza cuando alguien intercambia sus polluelos por tu maíz, o le das leche por su avena. A esto se le llama trueque. A medida que el comercio se expandió, se hizo necesario cambiar el trueque por algo que todos pudieran llevar en sus bolsillos, lo que dio origen a varios tipos de moneda. Aunque los objetos utilizados como dinero han cambiado a lo largo de los siglos, nuestro deseo de obtener y acumular lo que se considera valioso se ha mantenido.

Este mundo ha hecho de la acumulación de recursos el objetivo más importante. No hay nada de malo en tener riquezas. Sin embargo, muchas personas corren tras las riquezas, pensando que estas satisfarán todas sus necesidades y les darán seguridad para el futuro. Al hacerlo, quitan su confianza de Dios. Pero ¿es realmente el dinero el enemigo? ¿Es el éxito material el adversario?

Ya sea que seas rico o no, el verdadero peligro es lo que Pablo llama «el amor al dinero». La riqueza es un problema si se convierte en tu amo. Jesús nos advierte sobre esta situación diciendo que donde esté nuestro tesoro, también estará nuestro corazón. La culpable es la postura de nuestros corazones, no nuestras posesiones materiales, cuando comenzamos a alejarnos de la voluntad de Dios.

Para determinar si tu tesoro está en tu dinero o en el Señor, pregúntate: «¿Para qué es mi dinero? ¿Qué me ayuda a hacer?». Algunas de las respuestas podrían ser ganar más dinero, mantener mi estatus, asegurar mi futuro, ayudar a los demás, hacerme sentir poderoso o adorar a Dios. Sé honesto, no sobre para qué te gustaría poder usarlo, sino sobre cómo lo usas.

Este es uno de los desafíos del éxito material: Debes rendir cuentas constantemente al Maestro al que estás sirviendo. Si sirves al Evangelio, estás estableciendo el reino de Dios en la Tierra y todos tus recursos están ayudando a lograr el mandato de Jesús de «ir y hacer discípulos a todas las naciones» (Mateo 20:19).

Señor, gracias por la oportunidad que me das hoy de enfocar mi corazón una vez más en ti. Hoy, elijo servirte a ti y no a las riquezas de este mundo. Por favor, muéstrame cómo puedo dirigir mis recursos hacia el cielo. No hay mejor Maestro que tú.