¿Contradicciones o complementos?Muestra

«Espíritu y materia, religioso político» 

El reino es una realidad trascendental y espiritual, pero específicamente presente en medio de este mundo, para transformarlo en su diseño definitivo. Se opera de un mundo invisible para afectar el  mundo visible.

Los seguidores de Jesús han de ser «luz del mundo»  y «sal de la tierra», «El Reinado de Dios se parece a la levadura... que acaba por fermentarlo todo», (Lucas 13:21). El orden del Padre Dios, ha de llegar a todo el mundo material, a todo lo humano, a todo lo espiritual. Con Jesús comenzó ya el fin de este viejo mundo actual y todas sus estructuras de pecado.

El reino de Dios, jamás se identifica con las estructuras del mundo, pero está inmerso dentro de ellas y se desenvuelve en ellas como un proceso. No coincide totalmente con ninguna alternativa histórica concreta, se sitúa siempre adentro y siempre más allá, abierto hacia adelante. Dios está constantemente delante de nosotros llamándonos a más. Dándole al ciudadano del reino una esperanza sumamente atrevida, audaz y valiente, y le pone más allá de todo cambio y de toda revolución. 

El engaño teológico nos ha guiado a extraernos de la sociedad, y hemos convertido el poder del evangelio en un producto de consumo interno  y, casi en un interés exclusivo de la vida privada de la iglesia para cuestiones domésticas de los creyentes. Ya que la naturaleza humana aborrece el vacío, el estado secular se ha apresurado a llenar el vacío de la sociedad sin valores. Todo vacío existente en nuestra sociedad es una prueba evidente de la ausencia de la iglesia, ya que es llamada para ser «la Plenitud de Cristo quien lo llena todo en todos».

Tenemos una sociedad postmoderna apartada de Dios que ha fijado sus propios patrones ateos para el hombre, patrones de valores relativistas y un incremento de degradación moral.  Durante demasiado tiempo, la iglesia se apartó del mundo y censuró su creciente y constante desliz, hacia el atolladero de la decadencia. Pero no nos hemos dado cuenta, que nuestra abstracción del papel activo de cuidar y discipular nuestras naciones, es la causa principal de esta acelerada autodestrucción. Nuestra teología «escapista» defectuosa, ha baleado a las naciones en el pie.

Para que podamos ser libertadores de las naciones y verdaderamente discipularlos, la iglesia debe volver a involucrarse para redimir y transformar todo el mundo social, política y culturalmente para Cristo.