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El jardín del vecino
Los seres humanos, por naturaleza, tendemos a fijarnos en la vida de los demás, comparando sus éxitos y fracasos con los nuestros. Pareciera constituir un alivio emocional el saber que nos va mejor que a ellos. Y ciertamente, cuando la balanza está en nuestra contra, cada logro alcanzado pierde significancia, transformando la alegría que sentíamos en una sensación de inconformidad.
Y es que la comparación impide que disfrutemos de las bendiciones de Dios, eclipsándolas por los logros de alguien más. Esto fue justamente lo que le sucedió a Saúl, quien, enfurecido, se disgustaba por el crédito que recibía David frente al que le otorgaban a él. ¿Cuántas veces somos incapaces de disfrutar lo que recibimos del Señor por estar mirando el jardín del vecino? Desvalorizamos y minimizamos lo que Dios ha puesto en nuestra vida y en nuestras manos al compararlo con lo que recibieron los demás.
Por otro lado, compararnos nos aleja de las intenciones correctas. Despierta en nosotros la envidia y el orgullo, actitudes que son incompatibles con el estilo de vida que nos demanda Jesús, una vida de humildad, donde no nos consideremos superiores ni inferiores a nuestros semejantes.
Entonces, ¿qué acciones podemos tomar para cambiar de rumbo?
La Palabra nos instruye en el libro de Filipenses: “No se ocupen sólo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás”. Cuando nos interesamos en las necesidades de los otros, además de las nuestras, reconocemos que el plan de Dios es un plan de comunidad, en el cual crecemos juntos en el Reino de Dios. Partiendo de este principio, podemos ayudar a alguien a alcanzar su meta u objetivo, y ver su crecimiento como algo positivo. Incluso, si no tenemos ningún mérito en el éxito alcanzado, igual nos alegramos, genuinamente y sin comparaciones, de las maravillas que Dios está haciendo en la vida de otros a nuestro alrededor.
A esto podemos sumar el practicar la gratitud. La comparación hace que concentremos nuestra atención siempre en lo que nos falta, sin tomarnos el tiempo de disfrutar lo que ya tenemos. Vivimos en la ilusión de pensar que seremos felices y agradecidos una vez que tengamos lo que los demás poseen: prestigio, éxito, familia, casa, el mismo modelo de auto o, aún mejor, uno superior. No entendemos que nada nos será suficiente pues siempre existirá alguien que tenga algo más que nosotros. Por el contrario, tener un corazón agradecido permite alegrarnos por cada bendición en nuestra vida, y también nos permite levantar alabanza y adoración a Dios, en cualquier situación, sea que hayamos recibido o no lo que esperábamos, siendo testigos de su fidelidad y generosidad.
Para que estos dos principios se vuelvan un hábito en nuestras vidas, necesitamos sostener una relación íntima con Dios. Poner nuestra mirada en Cristo hace más sencillo aprender a andar en un camino donde abunden la gratitud y el desprendimiento, en lugar de la comparación, el egoísmo y la vanidad.
En la medida en que permitas que Dios transforme tu carácter, podrás disfrutar de la vida de una manera maravillosa, contemplando la belleza de todos los jardines, incluidos el de tu vecino y el tuyo.
Acerca de este Plan
Necesitamos poner nuestros ojos en Jesús. No es negar la realidad, no es dejar de ver lo que pasa en nuestro entorno, es enfocarnos en lo único estable, es fijar nuestra atención en la única persona que puede sostenernos en la dificultad. Hagamos contacto visual con el autor de la vida y hallaremos esperanza.
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Nos gustaría agradecer a Jazôn por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: http://www.jazon.info