Recuperándose de una decepciónMuestra

Para la mayoría de nosotros, las personas que conocemos más que nadie en la Tierra son nuestra familia. Compartimos con ellos el dolor y los placeres, pasamos bastante tiempo juntos y nos comprometemos con su bienestar por encima de todos los demás. Como tal, estos seres queridos son frecuentemente los que nos levantan cuando estamos abajo y los amamos por ello.

Durante Su tiempo en la Tierra, Jesús pasó más tiempo con Sus discípulos que con nadie más. Ellos llegaron a conocer Su voz, pensamientos, maneras, e incluso Sus gestos faciales únicos. Cuando Él fue crucificado, ellos quedaron devastados. Por eso, cuando se les apareció a los dos en el camino a Emaús (ver día 2), no pudieron reconocerlo al principio, para que pudieran escuchar la verdad de sus corazones. Pero, como señalan los versículos anteriores, sus ojos se abrieron, incluso se dieron cuenta de quien era realmente cuando Él partió el pan y se los dio.

Esta acción se parece mucho a la ocurrido en la Cena del Señor, donde Él les enseñó y les advirtió de lo que estaba por venir. Con el acto íntimo de partir el pan, estos discípulos supieron quién era Él y se animaron inmediatamente.

Cuando la vida nos tira abajo y la lucha se vuelve insostenible, nuestra capacidad de salir depende de nuestra íntima comunión con Cristo. ¿Pasamos tiempo con Él, orando y leyendo Sus palabras? Así como pasamos tiempo con nuestra familia, compartiendo juntos las alegrías y las penas, ¿le damos todas nuestras cargas y compartimos todas nuestras victorias con Él? En resumen, ¿vivimos como personas que están en Él? Todos los días toma un tiempo para conocer a Aquel a quien has dedicado tu vida, y deja que Él te revele Su verdadero yo. La comunión regular con Cristo nos da la solución para poder sobresellevar las decepciones de la vida.