Antiguo Testamento con Fermín IVMuestra

La cantidad de mentiras que Jacob le dice a Isaac en el capítulo 27 es impresionante; mentiras en su cara; cuando Isaac le pregunta si él era su hijo Esaú, abiertamente Jacob responde con un: Yo soy. 

¿Por qué le miente a su padre? Por un lado, instigado por su mama Rebeca, pero también porque Jacob es un engañador. Está en su naturaleza, tanto así que su nombre originalmente significa: “el que suplanta, el que toma el lugar de otro de manera fraudulenta”.

En base a engaños Jacob obtiene la bendición que Isaac quiere darle a Esaú. Isaac sólo quiere dársela porque lo prefiere; Y Rebeca, ¿qué decir de ella? Ella está dispuesta a recibir maldición si es necesario. Esaú enfurece y Jacob huye. Esaú en su corazón decidió matar a Jacob en cuanto su padre muera. ¿Qué clase de familia escogió Dios para llevar a cabo su plan?

Una familia llena de egoísmo, llena de orgullo; una familia integrada por miembros que buscan lo suyo solamente; una familia como la nuestra, esa es la verdad. Todos tenemos algo de Jacob en nosotros, o más bien tenemos todo de Jacob.

Dios vuelve a sorprendernos cuando se le aparece en un sueño a Jacob y le hace las mismas promesas que a su abuelo Abraham. Lo único que le queda decir a Jacob es que el lugar en que decidió dormir era terrible, porque ahí estaba Dios. Jacob tiene delante un gran recorrido en sus fuerzas, en su propia sabiduría, antes de tener un verdadero encuentro con Dios.

La historia con la que termina nuestra lectura de hoy me recuerda el dicho: “una cucharada de su propia medicina”. Jacob termina siendo engañado por su suegro; un engaño que le cuesta ¡14 años de su vida!

Dios tiene mucho que hacer en Jacob, así como tiene mucho que hacer en cada uno de nosotros.