[El propósito eterno] Manifestación del propósito eternoMuestra

Hechos conforme a su Hijo

A los que conoció, también los predestinó para que fuesen hechos «conformes», cortados a la medida, hechos impronta; a través de quienes Él predestinó, preparó el fin antes de que comenzaran y fueran la expresión, la manifestación visible, tangible y palpable, porque, después de todo, el amor de Dios se da a conocer. Dice Pablo, en Romanos, por medio de las cosas hechas, que nadie entendería lo que es amor si una cruz no fuese elevada, nadie comprendería lo que es amor de Dios si alguien no se acerca al que está sufriendo, ese amor debe ser expresado. Pablo dice que «a los que antes conoció también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos».

Su propósito eterno indica predestinación en ese propósito. Fue lo que Dios quiso. Esto que Dios quiso estaba encapsulado en su propósito y es allí donde Dios preparó todo lo que iba a manifestar. Esta es la plataforma sobre la cual Pablo quiere que la iglesia del primer siglo ejerza su misión. Es, desde aquí, donde somos formados; es, desde aquí, donde podemos ser dirigidos, donde se empiezan a regular nuestras gestiones en cada generación. Cada congregación tendrá que informarse de este propósito, entender lo que significa y representa para que pueda enfrentar los embates del tiempo que le ha tocado vivir. 

Las estrategias y planes que incorporamos pueden ser buenos por una temporada, pero luego, con el tiempo, pierden su uso, caducan o cambian, pero este propósito no es así. Dios no cambia cuando el gobierno cambia, a Él le interesa muy poco quiénes son los que están dirigiendo la asociación en la ciudad, lo que Dios se había determinado está regulado por un propósito eterno. Ese propósito es soberano, es irrevocable, es inmutable y fue establecido desde antes de la fundación del mundo.

Esto trasciende, va mucho más allá. Este propósito debe controlar todas nuestras acciones. Es la cura contra un mal que nos afecta, que ha inundado esta generación y contra el cual ninguno de nosotros está inmune. Ese mal se llama «fatalismo». Es un sentido de esterilidad, de futilidad, de inutilidad, es el sentimiento de que lo que hacemos no tiene sentido. 

Pablo le dijo a Timoteo, en un momento determinado donde el sentido de abandono, de inseguridad lo debilitó hasta el punto de claudicar: «si verdaderamente Dios lo había llamado». En 2 Timoteo 1, Pablo escribe a un hijo al cual, luego de haberle dado instrucciones en la primera carta, se siente atemorizado. Por eso dice, «Dios no nos ha dado espíritu de temor, sino de amor, de poder y de dominio propio». Le hace catorce exhortaciones particulares a las que Timoteo tenía que prestar atención pues estaba corriendo peligro, estaba siendo amenazado: el fatalismo tocaba la puerta.