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Vive la vida

Por S. George Thomas

Una vez, Francisco de Asís invitó a un joven monje a un viaje a la ciudad para predicar. Humilde y honrado, este aceptó rápidamente y la pareja salió a la ciudad temprano a la mañana siguiente. Al llegar, caminaron de arriba a abajo por las calles, visitando a cientos de personas: comerciantes ambulantes, mendigos, niños … básicamente todos con los que entraron en contacto. Al final del día, mientras se dirigían a casa, el joven le dijo: “Disculpe, señor, pero creo que se olvidó de por qué fuimos a la ciudad. ¿No fuimos a predicar? Francisco respondió: “Hijo mío, hemos predicado. Estábamos predicando al caminar. Fuimos vistos por muchos, y nuestro comportamiento fue observado de cerca. Nuestras actitudes fueron medidas con cuidado y nuestras palabras han sido escuchadas. Así es como predicamos nuestro sermón de hoy. No sirve de nada caminar a cualquier lugar para predicar a menos que nuestro caminar sea predicar”.

Dios no nos llama solo al acto de testificar, Él nos llama a ser Sus testigos. Como seguidores de Cristo, eso es lo que somos. Es nuestra naturaleza y carácter, como personas salvas y santas gracias a Dios. Las personas observan la forma en que actuamos mucho más de lo que escuchan lo que decimos. Cuando nuestras vidas coinciden con nuestras palabras, cuando somos coherentes, nuestro impacto puede ser enorme. La gente sabe que somos cristianos, no porque así es como nos llamamos a nosotros mismos, es porque vivimos esa vida. Max Lucado dice: “Llamarse hijo de Dios es una cosa. Ser llamado hijo de Dios por aquellos que vigilan tu vida es otra cosa.”

Francisco de Asís vivió maravillosamente ambos lados de esto. Si bien fue un gran evangelista y predicador que proclamó audazmente la verdad del Evangelio, sus acciones y su vida sirvieron como testimonio del amor y la gracia de Dios. Es famoso por decir siempre: “Predica el Evangelio en todo momento; si es necesario, usa palabras”. Pero él solo estaba haciendo eco de las palabras que otro, guiado por el Espíritu Santo, escribió más de mil años antes.

Habían pasado casi 60 años desde que Juan se paró en el Monte de los Olivos y escuchó la comisión final de Jesús justo antes de ascender al cielo para "ser sus testigos ... para ir por todo el mundo y hacer discípulos", pero lo recuerda como si fuese ayer. En los años posteriores a eso, fue testigo y experimentó varios momentos increíbles a medida que la iglesia crecía y se multiplicaba rápidamente: el Espíritu Santo descendió al aposento alto y bautizó con fuego en Pentecostés cuando más de 3000 personas fueron salvas, él y Pedro fueron liberados de la prisión por un ángel, Saulo -el perseguidor más activo de la iglesia- se convirtió y muchas personas fueron sanadas. Aunque enfrentaba una tremenda oposición, la iglesia florecía y continuaba difundiendo el mensaje de Cristo.

Sin embargo, también fue testigo de muchos problemas que surgieron con un crecimiento tan rápido: los miembros de la iglesia discutían por cuestiones insignificantes, la gente tergiversaba las palabras de Jesús y enseñaba herejías, los creyentes gravitaban entre: retirarse totalmente del mundo, y de todos los que estaban en él, o dejarse atrapar completamente por su encanto. Luego estaban los que siempre hablaban de amarse unos a otros, pero nunca lo practicaron realmente.

Como último sobreviviente de los 12 discípulos originales, Juan sabe que tiene la responsabilidad de abordar estos problemas. Entonces, con la urgencia de tener poco tiempo más en la tierra, redacta sus últimas palabras. Aunque su cuerpo es débil, el corazón de Juan arde con un fervor ardiente al escribir: “Cualquiera que dice tener intimidad con Dios debe vivir la misma clase de vida que vivió Jesús … Queridos hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de acciones y en verdad … Vivan una vida de amor”.

¿Puedes sentir la pasión y la convicción de esas palabras?

Está diciendo: “Hablar es barato, no te limites a decir que amas a los demás. Sal y realmente demuéstralo”.

Después de caminar, hablar y vivir con Jesús, Dios en la carne, por tres años, Juan lo conoce mejor que nadie. Recuerda que escuchó a Jesús decir: “Ama a Dios y ama a tu prójimo”. Él nunca puede olvidar ver a Jesús entregar Su vida en la muerte más agonizante imaginable por amor. Y Juan sabe, sin duda, que no hay forma posible de separar una vida de fe de una vida de amor ... amor activo. ¿Por qué? ¡Porque Dios es amor!

Todo se reduce al amor. La vida cristiana no es aislarse de la gente ... se trata de salir al lodo del mundo para difundir las mejores noticias a los que no tienen esperanza ... para hacer brillar la luz de Cristo en los lugares más oscuros ... para rescatar a los esclavizados por el pecado ... para amar a los desagradables, abandonados, descuidados, olvidados y oprimidos.

Como dijo Francisco de Asís: “Predica el Evangelio en todo momento”. Proclama las Buenas Nuevas con tus palabras, pero más aún, con tus acciones. “Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de aroma fragante.” (Efesios 5:2).

Vamos a vivir y amar. Vamos.

¡Señor, hazme un instrumento de tu paz! Donde haya odio, déjame sembrar amor; donde haya dolor, perdón; donde hay duda, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde hay oscuridad, luz; donde hay tristeza, alegría.
~ Francisco de Asís

Versículo para memorizar

En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. Así también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero ¿cómo puede habitar el amor de Dios en aquel que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano pasar necesidad, y le cierra su corazón? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. 1 Juan 3:16–18