Conocidos: un devocional de cinco días por Tauren WellsMuestra

CONOCIDOS | Día 4 | LA TRAMPA DE LA APATÍA

La pobreza relacional es uno de los mayores desafíos que enfrenta nuestra cultura hoy en día. Buscamos tener seguidores pero no amigos, tener me gusta pero no amor, comentarios pero no conversaciones, multitudes pero no compañeros, iglesias pero no comunidades. Nuestra sociedad ha popularizado un nuevo tipo de experiencia relacional, una que nos brinda una red más amplia de "contactos" pero reduce la importancia de tener conexiones profundas y significativas con los demás. La prioridad de "yo, mí, mío" ha eclipsado cualquier sentido de "tú y yo, nosotros, nuestro", y el resultado es que la gente se siente más sola que nunca. Nuestra época ha sido denominada la "era de la soledad". De hecho, se estima que uno de cada cinco estadounidenses sufre de soledad crónica.

La soledad tiene una forma de agravarse de modo que al sentimos solos, asumimos que somos los únicos que nos sentimos así. Es posible que te sientas solo ante el dolor de una pérdida devastadora, en tu adicción, en tu matrimonio. Es posible que te sientas solo como padre que intenta criar a sus hijos, como profesional que intenta equilibrar su vida, como estudiante que lucha por encontrar su identidad. Cuando nos sentimos solos, podemos empezar a sentirnos desconocidos. Y a veces en esos momentos sentimos la tentación de comprometer quiénes somos. "Solo" puede ser un lugar peligroso.

Eva tuvo una conversación con la serpiente; Noé se emborrachó; David tuvo una aventura, Pedro negó a Jesús y todas estas cosas sucedieron cuando estas personas estaban solas. Ahí hay un patrón. Por eso Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté solo". Fuimos creados para la conexión. Fuimos creados para ser conocidos. 

He probado la insípida realidad de la soledad y he aprendido que el sentimiento de soledad es una sirena interna que alerta a tu alma sobre el anhelo que tienes de ser conocido por Dios y por otras personas. En ese sentido, la soledad puede tener un propósito en nuestras vidas, al menos inicialmente, pero hay sólo unas pocas razones, ninguna de ellas buena, del por qué podríamos optar por perpetuar esa dura existencia. En la parte superior de esa lista está lo opuesto al amor: la apatía.

La apatía es indiferencia. Es la actitud de “no me importa” la que detiene nuestro deseo de amar y de ser amados dejándonos solos y desconocidos, vagando por la vida. Nuestra apatía sirve como un mecanismo que nos protege de los sentimientos. Nos aseguramos detrás del muro de declaraciones como: "No me importa lo que la gente piense de mí", cuando siendo honestos, es exactamente lo contrario. Nos preocupamos tanto por lo que la gente piensa de nosotros que no podemos aceptar la idea de dejar que alguien conozca nuestras peculiaridades, fortalezas, debilidades, visiones del mundo, dones y lagunas, porque eso les da el poder de aceptarnos o rechazarnos en función a nuestro nivel de vulnerabilidad. Por eso, a menudo creamos yos superficiales y relegamos cada relación al extremo superficial de la experiencia relacional. Como sabemos lo mucho que el rechazo puede doler, tenemos miedo de que alguien llegue a conocernos y decida que no le agradamos. Pero la base de la intimidad es la vulnerabilidad, y si no puedes ser vulnerable, honesto y abierto, nunca podrás escapar de la terrible prisión de la superficialidad. Nunca podrás aceptar plenamente lo que significa ser real.