La gran aventura de confiar en DiosMuestra

Necesitamos un helicóptero

Hace años fui director de JAARS, la división de transporte y comunicaciones de los Traductores Bíblicos Wycliffe. En ese entonces manejábamos 15 aviones en 13 países al servicio de las comunidades misioneras pioneras, los traductores de la Biblia y los trabajadores de alfabetización. Era una gran responsabilidad, trabajábamos duro y tomábamos en serio la tarea que Dios nos había encomendado.

Como resultado de la Guerra de Vietnam, el comienzo de la década de 1970 produjo un gran interés y aumento en la tecnología de helicópteros. Miles de jóvenes fueron entrenados como pilotos, quienes después de servir en Vietnam, regresaron a Estados Unidos y se preguntaban qué quería Dios de ellos. Por esa época varias organizaciones como JAARS, estaban estudiando la posibilidad de incluir el uso de helicópteros. Todos hicimos pruebas, analizamos las cosas desde el punto de vista práctico y comercial y llegamos a la conclusión que aunque los helicópteros serían de gran utilidad para nosotros, era imposible utilizarlos. Esta conclusión estaba basada en la confianza depositada en la capacidad del razonamiento humano para analizar una situación y obtener una respuesta razonable.

En Papúa, Nueva Guinea, conocí a un joven traductor y a su esposa, Neil y Carol Anderson, quienes se me acercaron y me contaron cómo Dios los había llamado a un pueblo remoto en los cerros. Para llegar allí tenían que volar en un avión pequeño, y aterrizar en una pista de la selva para luego ascender a pie durante tres días por una precaria senda montañosa. En cada viaje destrozaban un par de botas para caminar, las sanguijuelas se pegaban a su piel y cada tres horas de camino tenían que parar para sacárselas. Carol entonces preguntó, si sería posible que alguna vez les suministráramos un helicóptero para llegar al pueblo en la cima de la montaña. Entonces me puse a buscar la voluntad de Dios al respecto, con más profundidad. ¿Debíamos usar helicópteros?

Recibimos una donación al día siguiente: ¡un helicóptero! Entonces me reuní con un funcionario de gobierno y después de contarles la historia de Neil y Carol Anderson, me dijo: «¿Cuántos helicópteros quiere, señor?» Yo esperaba que Dios actuara, pero no tan rápido. Así que contesté: «Si nos pudieran dar seis helicópteros…» Pero el gobierno nos donó un millón de dólares en repuestos, y siete helicópteros más. Solo Dios podía hacer algo así. Gracias a estos milagros, Neil y Carol Anderson ahora invierten minutos en llegar a la tribu para llevar la Palabra de Dios.