«Una fórmula esencial: confiar y obedecer»Muestra

 «A respuestas inútiles, preguntas profundas»

Para contestar a la pregunta de John, mis respuestas fueron  fáciles y rápidas, pero de la misma manera inútiles. De hecho, vinieron muchas otras a mi mente:

• ¿Cuánto dependía yo de mi estilo para liderar y enseñar en vez de depender del Espíritu?
• ¿Estaba dispuesto a confiar en Dios en vez de confiar en mis propios instintos cuidadosamente afinados de pastor?
• ¿Estaba listo para que «Abiertos» fuera la descripción precisa de la manera en que nuestro corazón respondía a Dios?
• ¿Estaba dispuesto para que fuera una descripción exacta de mi propio corazón? Y finalmente:
• ¿Estaba dispuesto a confiar en Dios para que guiara, formara y empoderara los servicios del domingo por la mañana en mi iglesia, The Oaks?

Pensé que estaba avanzando en buena medida en cuanto a procesar la pregunta, pero John no dejaría de insistir. Entonces, fue más profundo:

—Permíteme decirlo de otra manera. Estás diciendo solamente: «Bueno Dios, aquí está mi plan para el servicio. ¿Podrías bendecirlo?»

Yo sabía bien eso y reaccioné con poco más que un toque de actitud defensiva.

— ¡No! ¡Eso no es lo que yo quiero! ¡De ninguna manera! —Me calmé, respiré profundo y expliqué—: ¡Yo quiero el plan de Dios porque sé que ya viene con su bendición!

Su siguiente pregunta me dejó tambaleando igual que la primera.

—Pero Scott, ¿realmente estás viviendo de acuerdo a eso?

— ¿Qué quieres decir? —le pregunté.

Antes de que dijera otra palabra, mis pensamientos se remolinaban. ¿Acaso pensaba John realmente que yo preparaba los cultos en The Oaks sin contar con Dios… y pensando que eso estaba bien? Desde luego que no creía que fuera cierto. Yo oraba y me preparaba por varias horas cada semana. Estudiaba y ensayaba para asegurarme de que estaba completamente preparado para los servicios de cada domingo. ¿Qué más querría Dios de mí?

Entonces, al igual que un profeta del Antiguo Testamento, John puso sus cartas sobre la mesa y me dijo:

—Scott, estoy diciendo ahora mismo lo que Dios te está diciendo; estás yendo ante Él con tus planes y tus ideas, y le estás diciendo: «Bueno Dios, derrama tu unción sobre esto. Glorifícate en este servicio. Por favor, obra en la vida de las personas», además se movió en su asiento, me miró directamente a los ojos y preguntó: ¿Cuándo fue la última vez que te mantuviste callado en el servicio y le diste un minuto a Dios? ¿Cuándo fue la última vez que realmente le diste a Dios la oportunidad de hablar en una de tus reuniones?

Finalmente entendí de qué se trataba.