Conversaciones con DiosMuestra

Al principio de los noventa, Richard (mi esposo) y yo comenzamos a discutir la posibilidad de cambiar la membresía de nuestra iglesia por casi diez años. Estábamos deseando un estilo de adoración más moderno y no vimos signos de cambio a la vista. Después de muchos meses, redujimos nuestras perspectivas a dos o tres iglesias y anticipábamos nuestra partida. 

Mientras tanto, acordamos asistir a un fin de semana de renovación espiritual. Los hombres asistieron primero y el retiro de mujeres siguió dos fines de semana después. Estábamos entusiasmados con la oportunidad de estar lejos con el Señor en esta temporada "entre iglesias". 

Esas setenta y dos horas

se convirtieron en un renacimiento personal para Richard: podía verlo en la cara cuando entró por la puerta ese domingo por la noche. A medida que interrogaba, comencé a anhelar mi propio retiro en serio. 

Después de compartir muchos detalles, finalmente abordó el tema que había guardado con mucho tacto para el final. Hablando deliberadamente, explicó que durante el retiro el Señor había revelado que no íbamos a dejar nuestra iglesia, que debíamos permanecer plantados. Cuando tuve palabras para responder, con vehemencia pulverize que el Señor ciertamente no me había revelado ese hecho a mí, y que, obviamente, él no había escuchado a Dios, a lo que él respondió sabiamente que habría que esperar y ver. 

Más o menos a la mitad del último día de mi retiro, el Señor también me habló. En un momento fui felizmente inconsciente, y al momento siguiente comprendí de manera concluyente: debíamos quedarnos en nuestra iglesia local. Y punto. Mi voluntad predeterminada golpeó la voluntad sólida e inmóvil de Dios, como un coche a toda velocidad que se estrella contra una barandilla de acero fortificada.

Agitada y enferma, comencé a llorar lágrimas de genuina pena. Mi obediencia fue solicitada. Se nos pedía que nos quedáramos, pero en ese momento no pude entender el razonamiento de Dios. Fue necesaria la perspectiva de muchos años para entender el por qué. Mientras tanto, elegimos obedecer y nos quedamos.

Lo que siguió fueron profundos recortes en mis actitudes arrogantes, ouch, seguidas de cursos en humildad, ouch. Algunas de mis lecciones de vida más apreciadas se obtuvieron porque obedecí y me vi obligada a aprenderlas. 

Para mi sorpresa, nuestra iglesia también se sometió a una reconstrucción en el suave momento de Dios. Ahora sé por experiencia que el Señor puede cambiar a cualquiera, incluso a mí. Y ver el avivamiento en la iglesia de mi hogar valió la pena la espera. La bendición siempre sigue a la obediencia.