Día 1

El milagro que no esperaba

No quiero parecer una anciana enumerando mis dolencias, pero para que puedas conocer un poco de quien te escribe, te contaré sobre mí y sobre aquello que me permite comprender tu dolor, porque al igual que tú sufro. Desde hace muchos años padezco un dolor que, por temporadas, me impide caminar; cada paso es una tortura. Cuando comencé a padecer estos episodios mis hijos estaban muy pequeños y de manera irresponsable evité ir al doctor, así que tomaba algún medicamento o iba al hospital para que me inyectaran algún medicamento para aliviar el dolor. Solo atacaba el síntoma, sin saber que algo más profundo sucedía. Cada vez que surgía el dolor, yo asumía que era porque había realizado algún movimiento que me lastimaba. Pasaron los años y, por supuesto, empeoré. No fue hasta que el dolor agudizó y llegó hasta otras áreas del cuerpo que fui al médico en busca de ayuda. Recibí un diagnóstico y tuve que comenzar un tratamiento agresivo, para intentar detener el daño que esta condición había causado en algunas partes de mi cuerpo. Ambas cosas las recibí como milagros: el diagnóstico y el tratamiento en pastillas.

En medio de mi dolor, le pedí a Dios, muchas veces, que me sanara. Y para ser sincera, todavía se lo pido. Pero la sanidad a mi condición llegó de la manera que menos pensé. Pude experimentar un milagro por medio de la medicina. ¿Lo dudas? Yo no. Soy testimonio vivo de que la ciencia también es usada por Dios para sanar. Recuerda, todo le pertenece a Él y Él hace como quiere. ¿O es que acaso no recuerdas la historia donde sanó a un ciego untándole tierra mezclada con saliva? Si pudo usar eso, ¿no crees que también pueda usar unas pastillas para traerme sanidad?

¿Estoy libre de la enfermedad? No. Pero puedo testificar que, aun en mi dolor, mi fe ha crecido y he conocido a Dios de una manera muy diferente. Para ti puede ser igual, solo debes creer y verás milagros suceder, aunque no sea de la manera que lo esperas.

Para reflexionar:

Si solo pides a Dios sanidad en medio de tu enfermedad, te quiero retar a que confíes en su cuidado, aun en medio de tu proceso. Dios promete sanarnos, Él puede hacerlo aquí y ahora, pero muchas veces se nos olvida que, aunque no lo haga aquí y ahora, definitivamente lo hará en la eternidad. Ahí es donde no habrá más dolor ni llanto. Si no es la voluntad de Dios sanarnos, pidámosle que su presencia nos acompañe cada día, que nos ayude y sostenga en medio del dolor. Él es suficiente, Él es el mayor milagro de todos, en Él somos completos, más allá cualquier diagnóstico.