Iglesia AutoinmuneMuestra

Celo religioso

La unidad es un término poco común en nuestras congregaciones o doctrinas básicas, ya que en la búsqueda de “La Sana Doctrina” (2 Timoteo 4:3) nos hemos convertido en jueces y verdugos creyendo que estamos defendiendo lo verdadero y eterno. Este celo religioso nos ha llevado a juzgar, criticar, rechazar pero sobre todo, desprestigiar a lo que tanto amó Jesús y por lo que entregó Su vida, su amada esposa, la Iglesia a la cual le entregó hasta la última gota de sangre con tal de salvarla.

No estoy justificando iglesias que predican falsas doctrinas que nos han desviado de Jesús y que Él sea el centro del evangelio, pero que están compartiendo mensajes centrados en el hombre que se enfocan en el desarrollo, autoayuda, superación y prosperidad de este, promoviendo el entretenimiento de sus congregantes llevándolos a un estado de adormecimiento (pérdida de sensibilidad) espiritual. Adoptando y permitiendo el libertinaje de un evangelio “light” o superficial, con tal de llenar sus edificios pero sin encaminarlos al arrepentimiento verdadero. Compartiendo la fe basada en las emociones y no en la convicción dada por el Espíritu Santo y lectura de la Biblia. Todo esto sin contar con innumerables testimonios deshonrosos de sus líderes.

Podríamos llenar bibliotecas de acusaciones y sentencias de los errores y horrores que se han cometido a lo largo de la historia de la Iglesia, pero esta nos es mi intención al escribirles. Porque aún Jesús con toda autoridad divina no levantó ni un solo dedo en contra de la mujer adúltera (Juan 8) sino que confrontó a los fariseos que estuvieran libre de pecado para arrojar la primera piedra. Esta es la misma condición que enfrentamos hoy en día, con una Iglesia adúltera pero que no puede ser juzgada ni criticada porque no nos corresponde, pero aún así lo hacemos y seguimos tirando piedras en lugar de edificar y cuidar lo que tanto amó Jesús, su Iglesia.

En el Nuevo Testamento leemos de hombres y mujeres que sacrificaron todo y se convirtieron en mártires con el fin de preparar y edificar a la Iglesia. Este es el legado y la gran comisión que Jesús dejó a sus discípulos y es el camino que debemos de seguir, poniendo nuestros dones y talentos para construir y no destruir, para bendecir y no maldecir, para que un día todos como un solo cuerpo podamos presentarnos como la novia que Jesús está esperando en el altar.