Confiados en JesúsMuestra

De los malos la maldad

David tuvo que enfrentar la persecución y correr por su vida en varias ocasiones; uno más de sus perseguidores fue el rey Saúl, quien lo buscaba para matarlo a pesar de que David no le había causado ningún agravio. Sin embargo, la maldad que se apoderó del corazón del rey Saúl se convirtió en la principal motivación para intentar destruir a aquel a quien Dios estaba mirando con agrado, a David.

David y Saúl compartieron momentos de victoria por causa del respaldo que Dios les había manifestado; lucharon juntos por un mismo propósito, juntos se deleitaron en diferentes momentos en rendir alabanzas al Gran Yo Soy. Sin embargo, la maldad hizo lo suyo en el corazón de Saúl, incitándolo a oponerse y rebelarse contra la voluntad de Dios; se enfocó en su perversidad y deseos egoístas, odiando, incluso a muerte, a David.

Saúl no era un extraño para David, era el rey a quien honraba y respetaba aun en medio de la persecución que ejercía en su contra. David no correspondió con maldad a Saúl, no correspondió con muerte. David no dejó que la maldad de Saúl contaminara su corazón; la persecución que sufría por parte de Saúl no cambió su corazón, no cambió la bondad por perversidad; "de los malos la maldad" dijo David:

“De los malos, la maldad”; por eso mi mano jamás se alzará contra usted. 1 Samuel 24:13 (NVI)

“De la gente malvada, provienen las malas acciones”. Así que puede estar seguro de que nunca le haré daño. 1 Samuel 24:13 (NTV)

Definitivamente cada quien da de lo que guarda en su corazón; David tenía su confianza en el Señor, él sabía que Él era su juez justo y que conforme su justicia juzgaría lo que estaba sucediendo entre él y el rey Saúl. David no se enfocó en sus perseguidores sino en confiar en su Dios, nuestro Dios; dejando todo en sus manos, dependiendo totalmente de su protección y de su providencia. David cuidó su corazón de la maldad que Saúl ejercía y profería contra él.

Pensemos cuánto han pretendido contaminar el nuevo corazón que hemos recibido de parte de Dios; sin embargo, alegrémonos, porque cuán grande es el Poder que nos cubre, al no permitirlo.

No importa quiénes hayan sido o sean nuestros perseguidores, pueden ser extraños o en ocasiones tristemente la propia familia de la fe; sin embargo, nuestra correspondencia a la maldad que puedan ejercer en nuestra contra debe ser siempre alineada al bien; al nuevo corazón, a la nueva identidad que tenemos en Cristo Jesús. Dejemos la maldad a quienes corresponde; el bien es el que nos rige, el bien conforme al Espíritu Santo que habita en nosotros.

Confiados en Jesús somos victoriosos sobre nuestra naturaleza caída y sobre cualquier otro enemigo que quiera desviarnos y desenfocarnos de la voluntad de nuestro Padre. Permanezcamos seguros y confiados en su Nombre, Él es nuestro rescate; en su Nombre, todo enemigo es derrotado.