Introducción

Caminar hacia la madurez es un proceso, uno de los cuantos procesos que tenemos como hijos de Dios, pero al igual que en nuestra vida natural debemos inevitablemente madurar.

“¡Madurar es de frutas!”, dirá usted. Esto solo nos muestra que este proceso se hace presente hasta en la flora de nuestro planeta. Y si es necesario para las frutas, ¿cuánto más para nosotros?

Si vamos a la Palabra de Dios, que es nuestra eterna guía, nos encontramos distintas frases que nos hablan de madurez, algunos versículos nos hablan de llegar a la estatura del varón “Perfecto”, que debemos dejar algún día la “leche” para consumir “comida sólida ”, que Dios comenzó la obra en nosotros y la “perfeccionará” hasta el día en que Cristo vuelva (¡Maranata!). Y estos son solo algunos, que nos están hablando de la intención de nuestro Padre de que alcancemos una madurez, o al menos que intencionalmente caminemos hacia ella.

Casi puedo escucharlo a usted, querido lector, decir: “¡Pero en esos versículos dice perfecto, no dice maduro!”. Es cierto, pero aquí le dejo una clave para comprender la madurez espiritual. Cuando la Biblia habla de perfección se está refiriendo a un proceso de madurez terminado. Y se lo demostraré a través de todo este plan.

Si queremos vivir la plenitud del Evangelio debemos anhelar esa madurez. Claro que si está en este plan de lectura, esto es lo que justamente esta anhelando, y como suelo decir, el que da el primer paso ya tiene el 50% del camino recorrido.

La senda del justo es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es maduro (perfecto). Vamos a ser como esa luz de la aurora.