Dios nos oyeMuestra
Dios está cerca
Los tiempos buenos son maravillosos; es fácil creer, se mira la vida con gran optimismo. El débil se siente fuerte y se vive en un estado de celebración y esperanza. Todo parece sonreírnos y nos sentimos capaces de lograr lo que anhelamos. Es el tiempo de las vacas gordas y de las espigas llenas y hermosas. No tenemos duda de que Dios está cerca.
Pero, hay otro tiempo que se inserta en la vida, echando a un lado el tiempo de alegría, y llenando nuestros espacios con quebranto y aflicción. Llegaron las vacas flacas y las espigas menudas y abatidas del viento solano. Es tiempo de lloro, como nos dice el sabio de Eclesiastés. ¿Está lejos Dios en ese tiempo? ¿Es la lejanía de Dios una percepción del que sufre o es la realidad?
Observemos a Jesús en el huerto de Getsemaní, cuya tristeza había llegado hasta el alma. Escuchemos lo que narra Mateo: “Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mt. 26:37-38). Jesús, el Hijo de Dios, estaba sufriendo; era un difícil tiempo de aflicción.
¿Sentiría Jesús que Su Padre estaba lejos? Había llegado Su hora, estaba muy consciente de lo que eso significaba, pero estaba ante Su Padre. Anteriormente, cuando estaba próximo a resucitar a Lázaro, le dijo: “Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado” (Jn. 11:41-42).
Jesús sabía que Su Padre le escuchaba, que no estaba lejos; Él le había enviado a salvar al mundo, y esa aflicción era parte de Su misión. Jesús tenía certeza de la presencia continua de Dios en Su vida; se lo había dicho anteriormente a Sus discípulos y al público que le escuchaba: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29).
Saber que Dios está con nosotros en las buenas y en las malas, en los tiempos de prosperidad y en los tiempos de aflicción es necesario para continuar firmes en la fe. Necesitamos estar claros en que Su amor y Su continua misericordia para nosotros es una realidad que no cambia con los tiempos que enfrentamos. Esa era la fe del rey David, que aun cuando tuvo momentos de gran quebranto y aflicción, siempre miraba al cielo consciente de que Su Dios estaba con él.
“Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová” (Sal. 34:19).
Dios está cerca; Él es la roca a quien podemos recurrir continuamente, es nuestro amparo y fortaleza, nuestro alto refugio. David sabía que, en el tiempo de la prueba, del quebranto y el sufrimiento tenía un espacio cerca del corazón de Dios. “Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece” (Sal. 57:1-2).
Ese espacio es nuestro también.
Acerca de este Plan
Ser escuchados es una de las necesidades que tenemos los seres humanos. Y, si eso es importante, ¿cuánto más lo será ser escuchados por el Dios eterno que inclina Su oído y nos da ese espacio necesario para decirle lo que nos inquieta o preocupa, lo que necesitamos y anhelamos? En este Plan, iremos a la Palabra para que nos confirme la bendita verdad de que Dios nos oye.
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Nos gustaría agradecer a Grettchen Figueroa por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://facebook.com/grettchen.figueroa