Dios nos oyeMuestra
Dios nos oye
Dios está sentado en Su trono y, a Su diestra, está sentado Jesús. Esto nos lo dice la palabra de Dios. Con esa imagen en mente, pareciera que, cuando oramos, estamos tratando de elevar nuestro clamor para que llegue hasta Su presencia. Pensar de esa manera nos hace ver la oración como algo tan difícil como escalar el Everest.
Nosotros acá y el Altísimo allá; al orar Dios inclina Su oído y nos oye. Lo pensamos de esa manera y nos vemos tratando de alcanzar lo inalcanzable. Es que nos hemos centrado en la posición de Majestad y autoridad de Dios, tal como nos la describe el libro de Apocalipsis.
“Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda. Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas. Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios” (Apc. 4:2-5).
Aunque esa imagen allí descrita es una realidad, acá en nuestro espacio terrenal, nos inclinamos a orar y vemos esa inmensa distancia entre nosotros y el que está sentado en Su trono. Sin embargo, ocurrió algo sumamente glorioso cuando Cristo murió por nosotros en la cruz. Él acortó esa distancia de una forma tan asombrosa que trajo la misma presencia de Dios a nuestra vida. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23).
Dios está en Su trono, eso es una realidad, pero también es verdad que somos templo del Espíritu Santo y el Dios Altísimo habita en nosotros, los que hemos sido hechos Sus hijos por la fe en Jesucristo. Es por eso que la Palabra nos dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:16).
Cuando oramos, Dios nos escucha. Aun antes de decir la palabra, antes de derramar una lágrima, Él ya sabe. Nuestras palabras no tienen que recorrer una gran distancia; Dios está en nosotros y con nosotros. Jesús nos ha dado libre acceso al Padre, nos ha dado entrada al lugar santísimo. Nuestra oración llega al Padre en el nombre de Jesús.
He escuchado a algunos decir que han orado y que han sentido que sus palabras no han pasado del techo. Esto no es otra cosa que un engaño del enemigo. ¿Cómo es que si hemos hablado con Dios, el Señor no ha escuchado? ¿No es esto tener un concepto errado de qué es la oración del cristiano? Independientemente de cómo nos sintamos, con mucha o poca fe; con una gran emoción en el alma o con una gran sensación de sequía; con la conciencia de la presencia de Dios o con un dolor en el alma que no nos deja ver allá de nuestra situación; Dios nos oye.
“Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Is. 65:24).
Acerca de este Plan
Ser escuchados es una de las necesidades que tenemos los seres humanos. Y, si eso es importante, ¿cuánto más lo será ser escuchados por el Dios eterno que inclina Su oído y nos da ese espacio necesario para decirle lo que nos inquieta o preocupa, lo que necesitamos y anhelamos? En este Plan, iremos a la Palabra para que nos confirme la bendita verdad de que Dios nos oye.
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Nos gustaría agradecer a Grettchen Figueroa por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://facebook.com/grettchen.figueroa