JordánMuestra

Pasaje central: Juan 13: 16

“Les aseguro que ningún servidor es más que su señor, y que ningún enviado es más que el que lo envía".

La enseñanza de humildad que Jesús dio después de lavarle los pies a Sus doce discípulos puede parecer un poco contradictoria, pues eran pescadores. Muchas veces relacionamos la humildad con la situación personal de la persona o con su contexto. Sin embargo, esta es una condición del corazón.

Como servidores de Dios, debemos entender nuestra posición en el Reino de los Cielos y separar mi condición personal con mi condición del corazón. Mi profesión, mi cuenta de banco o mi ropa no define qué tanto estoy relacionado a mi identidad como servidor de Jesús.

Se nos habla de la identidad de hijos, pero muy pocas veces se nos enseña la importancia de ser siervos. Si bien somos hijos y tenemos un Padre en los Cielos; también somos siervos y tenemos un Rey de Reyes y Señor de Señores.

Esa posición de someter nuestra voluntad a la de nuestro Señor, de ir a donde Él nos mande, de hacer lo que Él nos pida, de servirle y servir a los demás, nos mantiene con la humildad necesaria para mantener nuestra identidad dual de hijos y siervos.

No por servir olvidaremos nuestra identidad de hijos, ni por ser hijos olvidaremos que es necesario servir a Dios y a los demás. Muchos buscan los beneficios de los hijos y olvidan la dualidad del creyente, cayendo en soberbia o altivez.

No es pecado batallar con esta área; sino que el problema viene cuando no la reconocemos o no queremos mejorar en ella. La única forma de obtener esa identidad y humildad es a través del Espíritu. Por eso, si sientes que batallas en esta área pídele a Dios que se quite de tu vida.