El gran intercambio

Disfrutar de su gracia sí nos cuesta algo, una cosa: la muerte. La muerte de nuestro yo, la muerte de nuestro orgullo, la muerte de creer que somos suficientes por nuestra propia cuenta. No te gustará en el momento, pero ¿sabes lo que pasa en tu alma? Se libera, y ¿sabes lo que pasa cuando tú eres libre? Otras personas son liberadas.

Pedro amaba fervientemente y cometió algunos de los más grandes errores. Era orgulloso y apasionado. Nosotros somos como Pedro.

Y Jesús sabía lo que Pedro aún no sabía. Tú necesitas esto, necesitas mi perdón, ni siquiera sabes de lo que eres capaz, pero tú necesitas este perdón hoy.

Yo lavo tu miedo que te impide obedecerme.
Lavo tu vergüenza que te hace esconderte.
Lavo tu creencia de que vales por tu propia capacidad.
Lavo tu arrogancia que niega tu necesidad de perdón.
Lavo tus pies y los pongo en Mi camino: un camino de servicio, un camino de amor, un camino de rechazo, un camino de sufrimiento, un camino de alegría, un camino de dar libertad a las personas.

Unas horas después de lavar los pies de Pedro, Jesús decidió morir en la cruz para lavar toda nuestra inmundicia y suciedad. En un acto violento y costoso, Él nos lavó de todos nuestros pecados. Éramos necesitados y Cristo pagó la pena de nuestro pecado para que estuviéramos con Él para siempre. Su sangre a cambio de la nuestra.

Así es llenar nuestra alma de arroyos de agua viva, de pan que nunca más nos dejará con hambre y de luz que desvanece las tinieblas. No somos definidos por lo peor o lo mejor de nosotros; somos definidos por nuestro Dios.