El Espíritu como maestro

¿No sería estupendo que tuviéramos un experto que nos enseñara la historia de Jesús? Alguien que conozca a Cristo íntimamente. Alguien que nos lo revele y nos lo recuerde. Alguien cuya misión sea despertar en nosotros la emoción por nuestro Salvador.

Mira la unidad que hay en la Trinidad. El Hijo le pide al Padre, y el Padre envía al Espíritu. Hay aquí una feliz cooperación, es como que todo el cielo envía ayuda a los discípulos de Jesús.

Jesús no quiere que pensemos en el Espíritu Santo como un objeto o una cosa. El Espíritu es una persona. Y, como una persona, el Espíritu tiene intelecto, emociones y voluntad. El Espíritu habla a las iglesias (Apocalipsis 2:7), intercede por el creyente (Romanos 8:26), dirige y ordena a los discípulos (Hechos 8:29; 16:6-7). El Espíritu nombra a los ancianos/obispos (Hechos 20:28), escudriña todas las cosas (1 Corintios 2:10), conoce la mente de Dios (1 Corintios 2:11) y nos enseña el contenido del Evangelio (1 Corintios 2:13). El Espíritu habita entre los creyentes y dentro de ellos (1 Corintios 3:16; Romanos 8:11; 2 Timoteo 1:14), distribuye dones espirituales (1 Corintios 12:11) y da vida a los que creen (2 Corintios 3:6). Clama desde el interior de nuestros corazones (Gálatas 4:6) y nos guía por los caminos de Dios (Gálatas 5:18). Nos ayuda en nuestras debilidades (Romanos 8:26), hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien final (Romanos 8:28) y fortalece a los creyentes (Efesios 3:16). No se le puede mentir (Hechos 5:3-4), afligir (Efesios 4:30), insultar (Hebreos 10:29) ni blasfemar (Mateo 12:31-32).

¿Es el Espíritu Santo simplemente un compañero divino que nos hace compañía? Si así fuera, eso sería suficiente. Sin embargo, el Espíritu tiene una misión específica y global. Su tarea es enseñarnos sobre Jesús.

Recuerdo una tarde al principio de mi ministerio en la que la invitación de Jesús al cansado se convirtió en la invitación de Jesús a Max. Se suponía que estaba estudiando. Pero no podía concentrarme. Estaba sumido en el cansancio luchando contra el insomnio, una docena de inseguridades y los plazos. Tenía la impresión de que tenía que arreglar los problemas de todo el mundo, asumir las cargas de todos, y no cansarme nunca de hacerlo. Después de un rato, me moví de la silla del despacho a la silla que utilizaba para los invitados. Incliné la cabeza y suspiré. Cuando lo hice, me vino a la mente este pasaje: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar» (Mateo 11:28).

¿Por qué me vino a la mente ese versículo? Muy sencillo. El Espíritu Santo, mi Maestro, me lo recordó. El Espíritu de Cristo también lo hará por ti, amigo mío.

En su libro: "Caminar en sintonía con el Espíritu. Cómo encontrar la plenitud en nuestro andar con Dios", J. I. Packer nos dice: "Y cuando el Espíritu nos susurra al oído, y nos hace conscientes de que Jesús es real y de que Su invitación también lo es, entonces está cumpliendo un ministerio más, un ministerio de casamentero, por el que nos impulsa, nos atrae, nos inclina, nos mueve, a abrazar al Señor Jesús, a decir sí a su invitación, a ir hacia Él y hacerlo, por fe, nuestro propio Salvador, nuestro propio Señor, nuestro propio Amigo, nuestro propio Rey".

¿No es esta una gran noticia? El Espíritu, la Persona que estuvo presente en la creación, que estuvo activo en la encarnación, la fuerza motriz en la resurrección, la mano poderosa en la revelación final: Él es tu tutor. Él te revelará cosas nuevas y maravillosas.

Invítalo a tu mundo. Deja que tu día comience con estas palabras: «¡Bienvenido, Espíritu Santo!». Haz que tu objetivo sea caminar en el Espíritu invitándolo a los detalles que vives cada día. «Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu» (Gálatas 5:25, NVI). Deja que esta oración venga rápidamente a tu mente: «En este momento, ¿qué es lo me está enseñando?». O: «Señor, ¿cómo debo responder a este desafío?». O, «Dirígeme, por favor. ¿Qué camino debo tomar?». Haz una pausa y escucha. Mantén el oído sintonizado al Espíritu.

Una vez participé en una salida de golf que incluía cadis. Fue increíble. Mi cadi no solo llevaba mi bolsa, sino que se ofreció a decirme cómo jugar. Mientras caminábamos por la primera calle, me dijo: «Te enseñaré dónde golpear la bola y qué palo usar».

«¿Y tú cómo sabes?». Le pregunté.

«Llevo veinte años haciendo de cadi aquí».

Me detuve, me di vuelta y lo miré. «¿Veinte años? ¿A cuántas rondas de golf equivalen?».

Miró al cielo como si estuviera calculando. «Alrededor de diez mil».

¡Diez mil! Conocía cada brizna de hierba por su nombre. Cada curvatura en el césped y en las colinas: él lo había experimentado. Entonces le pregunté: «¿Hay algo de este campo que no conozcas?».

«No. Podría jugar en el aunque esté oscuro».

Así que lo inundé a preguntas: «¿A qué distancia debo golpear este tiro?». Me lo indicó. «¿Este golpe corto rodará muy rápido? Me lo indicó. «¿Debo dejar el golf y dedicarme a los bolos?». Me lo dijo. Me lo dijo porque se lo pregunté. No haberle consultado habría sido una tontería.

Lo mismo ocurriría si no consultáramos con el Espíritu de Dios. Él está aquí para enseñarnos. Nuestro privilegio es permanecer en comunión consciente con Él. Día a día. Momento a momento.

Escucha cómo el divino Instructor te susurra maravillas al oído. Ten la seguridad de que, mientras sonríes, el Espíritu sonríe contigo. Después de todo, Él es tu Maestro.

Responde

¿Cuál es tu relación con el Espíritu Santo?

Describe una experiencia específica que hayas tenido con Él.

Oración

Precioso Jesús, gracias por el Espíritu Santo y Su presencia diaria.