¿Fuerza De Voluntad, O Fuerza en Su Voluntad?Muestra

No hay buen camino fácil.

Andar en la voluntad de Dios nos resulta tortuoso porque lo es. No es el camino espacioso y atractivo que nos gustaría que fuera, humanamente hablando, pero es el único que tiene buen final.

Los espacios que nuestro corazón transita desde sus propios deseos están llenos de luces y distracciones, pero suelen llevarnos a oscuridad y destinos fatales, porque son solo apariencia. Tan llamativos resultan, que son muchos los que entran por esa puerta ancha para caminar los pasos de su propia inclinación. Todos hemos estado ahí, y es que, desde nuestra limitada vista, nos abocamos a la destrucción.

Cuando vivimos nuestros proyectos y deseos desde nuestra propia fuerza de voluntad sucede algo parecido, y esto aplica a las grandes cosas (como nuestra salvación, que en nuestros medios simplemente no es posible frente a un Dios santo y justo) y también a las pequeñas.

¿Has pensado alguna vez que incluso aquello que tienes más interiorizado y que te parece que tú mismo controlas, en realidad solo sucede porque Él lo permite? Desde el latido del corazón, a la respiración o el caminar, no hay nada que suceda estrictamente en nuestra voluntad. Eso sí, desde los márgenes que Él nos permite, nos movemos en nuestros propios medios, tomando decisiones más o menos acertadas, como el camino que escogemos, o qué puertas cruzaremos.

• Quien escoge caminos espaciosos y puertas anchas lo hace por vista, pero no por fe. Desde la propia fuerza y la propia vista tomamos muchas de nuestras peores decisiones. Nos creemos fuertes para transitar esos espacios, y así lo hacemos, pero no tardamos en estrellarnos.
• Cuando miramos ese otro camino, estrecho y de puerta pequeña, nada sino la fe nos mueve en esa dirección. Ahí sí que podemos ser algo más conscientes de que andarlo requerirá de mucho más de lo que nosotros podamos poner en el asador... y eso nos lleva a la decisión más compleja de nuestra vida: CONFIAR EN DIOS.

Creo que esto es, sin duda, la parte más difícil de asumir: que no es nuestra fuerza de voluntad la que sirve, sino descansar en la fuerza, sabiduría, propósito, discernimiento y amor de ese Dios al que aún nos resistimos.

Nos seguimos abrazando al espejismo de que quizás, aunque sea remotamente, puede darse el caso de que seamos nuestro propio salvador, aquí y en la eternidad. La cuestión es ¿nos arriesgamos?