MentalidadMuestra

Desarrolle los 3 principios que lo guiarán a la felicidad 

El pensamiento es algo invisible a los ojos físicos, sin embargo, es un gran recurso que Dios le ha dado al hombre. Por tanto, debemos desarrollar nuestra manera de pensar, a fin de vivir una vida exitosa. Entonces, ¿cómo podemos desarrollar nuestra mentalidad? Quiero presentar tres principios. 

Primero, pensamiento positivo 

El pensamiento positivo no es otra cosa que pensar con esperanza. La mayoría de los contemporáneos piensan negativamente. Por eso, la gente busca el lado oscuro de las cosas, abraza la desesperanza, habla y actúa de forma negativa. Los cristianos tenemos un fundamento por el que podemos pensar positivamente. Se trata del favor de la cruz de Jesús. 

Además, podemos pensar positivamente acerca de nuestras convicciones. Muchos viven una vida infeliz, diciendo: “No puedo”. Pero los cristianos tienen al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el poder de Dios. La Biblia dice: “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder” (Hechos 1:8). Además, la Biblia enseña que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestras debilidades (Romanos 8:26). De modo que los cristianos pueden confesar: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), y vivir con denuedo. Muchos se frustran y desmayan cuando las circunstancias no los favorecen, pero no sucede eso con nosotros, porque nosotros tenemos al Espíritu Santo. No tememos a las circunstancias, porque mediante del Espíritu Santo, tenemos convicción de que obtendremos la victoria. 

Segundo, pensamiento activo 

Pensar activamente es pensar que “se puede”. Aquella persona que dice: “No puedo”, “No soy capaz”, “Soy un fracaso”, está destinado a vivir una vida infeliz. Pero la Biblia dice: “¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible” (Marcos 9:23). Dios ayuda cuando planificamos un proyecto y pensamos que vamos a alcanzar el éxito, y no pensar en el fracaso. Hoy día, muchos piensan pasivamente, intentan dos o tres veces, y luego se dan por vencido. Una actitud pasiva no hace más que guiarlo a la destrucción. Por más que las circunstancias se presenten adversas, solo aquel que confíe en Dios y piense positivamente podrá cambiar el destino. Un día, luego de haber predicado la Palabra, Jesús quiso dar de comer a las multitudes que se habían reunido en el desierto, y preguntó a Felipe: “¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente? Esto lo dijo solo para ponerlo a prueba, porque él ya sabía lo que iba a hacer” (Juan 6:6). No obstante, Felipe era una de esas personas que tenían un pensamiento pasivo. Por eso, dijo: “Ni con el salario de ocho meses podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a cada uno”. Por otra parte, Andrés, otro de los discípulos de Jesús, era una persona que tenía un pensamiento activo. Pensó: “Jesús lo puede hacer, porque él es el hijo de Dios”, y le llevó dos peces y cinco panes, que había traído un niño. Jesús rechazó estar con Felipe, y se gozó estar con Andrés que pensaba activamente, y de esta manera, 5 mil personas recibieron su alimento, y sobraron 12 canastas. 

Tercero, pensamiento creativo 

Pensar creativamente implica buscar nuevas ideas. Al enfrentar un obstáculo, muchos piensan en la seriedad y el peligro del problema, y no piensan que es en el problema, donde uno puede hallar la solución a ese problema. Cuando Jesús entró a una casa en Capernaúm, multitudes de gente se acercaron a la casa por causa de su fama. Las Escrituras dicen: “Se aglomeraron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta mientras él les predicaba la palabra” (Marcos 2:2). Fue en ese momento cuando cuatro varones rompieron el techo de la casa, y bajaron la camilla donde estaba acostado un paralítico. Una persona ordinaria hubiera pensado: “No podemos entrar a la casa”. Sin embargo, los amigos del paralítico pensaron creativamente, y lograron que Jesús no solamente sanara al paralítico, sino que también perdonara sus pecados. La Biblia dice: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Santiago 1:5).