Cómo manejar mi enojoMuestra

La ira es pecaminosa

La ira pecaminosa es una emoción que deshonra a Dios. Como cristianos, debemos exhortarnos a nosotros mismos, así como a nuestros hermanos a no ser caracterizados por algo que disgusta al Señor. El Nuevo Testamento dice claramente que la ira es parte de nuestra naturaleza pecaminosa. La ira es una actividad de la carne. Como creyentes, no debemos operar en las obras de la carne. Cuando estamos llenos del Espíritu de Dios, se supone que debemos exhibir el fruto del Espíritu.

La Biblia enumera la ira como una de las obras de la carne, junto con pecados tan viles como la inmoralidad sexual, idolatría y embriaguez. En otras palabras, cuando nos entregamos a la ira, estamos pecando tanto a los ojos de Dios como si fuéramos infieles a nuestro cónyuge. La ira es igualmente un pecado de la carne. Es tan feo como cualquier otro pecado. Cuando hablamos de actividades de la carne, nos referimos a nuestra antigua vida, nuestra naturaleza caída. Es la vida de la que Cristo nos salvó. 

Cuando Jesús nos redimió, nos regeneró y nos hizo un pueblo nuevo, su nueva creación. También nos dio el Espíritu Santo. Ahora somos nuevas personas que tienen acceso a una forma de vida completamente diferente. La Biblia a menudo describe nuestro nacimiento espiritual en términos de ropa. Dice que en una nueva vida se supone que debemos vestir ciertas cosas. Al mismo tiempo, debemos ponernos otra cosa. Tenemos la capacidad de hacerlo en Cristo. La Escritura nos alienta a dejar de lado la ira, el enojo, la malicia, la calumnia o cualquier otro discurso abusivo de nuestra boca. Estas son actitudes y comportamientos que debemos reconocer como pecaminosos. Además, tenemos la capacidad en Cristo de no repetirlos de nuevo. No somos esclavos del pecado. 

En otras palabras, el primer paso en nuestra liberación de la emoción de la ira es considerarla pecaminosa, como una actividad de la carne. La Biblia nos dice que necesitamos crucificar nuestra carne diariamente y vivir de acuerdo con el Espíritu. El fruto del Espíritu incluye paciencia, bondad, dulzura y autocontrol. Dios nos da acceso a las emociones como sus hijos. Todo lo que tenemos que hacer es realizar un esfuerzo por vivir de acuerdo con el Espíritu, no de acuerdo con nuestra carne enojada.