La NoviaMuestra

La Iglesia es una

¿Cómo era la unidad de la primera Iglesia? Revisar el origen de la Iglesia nos brindará un panorama alentador del modelo de unidad digno de emular en nuestro contexto actual.

Cuando nos referimos a la primera Iglesia, estamos hablando de aquella que recibió poder en Pentecostés y que salió a predicar a todos los rincones del mundo. Esa misma Iglesia que compartía sus posesiones entre todos; de cuyos miembros se decía “aquellos que trastornan el mundo entero han llegado”. La Iglesia que prefirió servir a un único Dios en medio de una sociedad politeísta, por más perjudicial que significaba vivir este tipo de contracultura debido al estigma social que representaba ser “cristiano”, y que incluso podía resultar en una sentencia de muerte. 

La unidad de entonces no conocía, y menos necesitaba, de diversas denominaciones para predicar el Evangelio respaldado por el poder del Señor. Los dones estaban presentes en medio de ellos y, no por eso, se denominaban en función a cómo operaban esos dones. En un recorrido por el libro de Hechos, vemos distintos ministerios trabajando para lograr dos importantes objetivos: cumplir el gran mandamiento y llevar adelante la gran comisión. Los apóstoles, profetas, pastores, evangelistas y maestros, al igual que la Iglesia conocida como el cuerpo del Señor  –cuyo mover fue comparado magistralmente por Pablo en 1 Corintios 12: 1 – 31, como si fueran funciones de un organismo vivo, operando de forma separada pero como parte de un todo coordinado y correlacionado– trabajaron arduamente para la edificación de sus miembros bajo la guía del Espíritu Santo.

Una explicación, entre otras, sobre la aparición de diferentes denominaciones a partir de la Reforma se basa en que el mover de restauración que el Señor llevó adelante en su Iglesia produjo, por el Espíritu, el llevar a varias iglesias a separarse de la anterior, tomando una denominación diferente. Sin embargo, si tomamos en cuenta que fue el Espíritu el responsable de la restauración de su Iglesia –y esto es precisamente lo que importa– hoy en día necesitamos retornar al espíritu de la primera Iglesia que no ponía etiquetas a la obra del Espíritu Santo para la extensión del Reino sobre la tierra. 

Por tanto, con la apertura que tuvieron los hermanos de Berea, quienes tenían una mentalidad más abierta porque escucharon la palabra de los apóstoles con entusiasmo y luego buscaron en las Escrituras para saber si estas cosas eran verdad (Hechos 17: 10 – 11), recibamos con gozo y madurez los tiempos de restauración del Señor, recordando que cada función del Cuerpo es importante para la extensión de su Reino, conforme a su llamado. 

Sin importar la denominación somos cristianos, compartimos una misma fe, un mismo bautismo, servimos a un mismo Señor y tenemos un solo Dios.

Jorge Bedregal Marzluf
Kaiō+25, grupo de jóvenes - Jazôn