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La oración que toca a Dios

DÍA 3 DE 5

David vive con tal expectación ante el encuentro con Dios, que espera con ansias cada nuevo amanecer, para entrar en la comunión con Dios, y expresar todo su sentir a Él, a la vez que recibe su presencia. 

Y en ese proceso David está con la convicción y seguridad de que Dios está atento a sus ruegos y le escucha. Con similar convicción como lo expresó el profeta Miqueas (7:7): “…el Dios mío me oirá”.  

“El Dio mío me oirá”. Esta frase subraya la confianza de que Dios le oirá. La oración de poder descansa en la confianza en que Dios oye la oración de sus hijos. Esa es la confianza que alimenta la perseverancia para prevalecer en oración delante de Dios. 

Esa misma confianza fue la que acompaño, en medio de sus tribulaciones y angustias, al rey y salmista David: “Jehová oirá cuando yo a Él clamare” (Salmo 4:3); “yo te he invocado, por cuanto tú me oirás, oh Dios” (Salmo 17:6). 

A veces, como creyentes, podemos tener la impresión de que Dios no nos escucha o retarda inexplicablemente la respuesta a nuestras oraciones, sobre todo en momentos de tribulación. Pero Dios no es sordo, ni se hace el desentendido. Dios se complace en nuestras oraciones, y no demora innecesariamente su respuesta. Por el contrario, está presto a responder, tal como lo expresa el Salmo 34:17: “Claman los justos, y Jehová oye…”. Dios oye nuestras oraciones, se deleita y goza en oírlas, como lo afirma Proverbios 15.8: “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová; mas la oración de los rectos es su gozo”.

Y Dios escucha porque la petición no viene de un extraño, sino de un hijo que clama con fe y fervor. Los creyentes cristianos no somos extraños a Dios; por el contrario, somos hijos engendrados en Cristo y, por lo tanto, con un mérito especial en la oración. Por eso David habla con tanta convicción: Oh Dios, de mañana oirás mi voz (dirigiré mi oración); de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré

¿Oras con la convicción y seguridad de que Dios te oye?

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Acerca de este Plan

La oración que toca a Dios

David tenía la habilidad de derramar su corazón (desnudar su alma) delante de Dios. Su oración era más que un conjunto de palabras hilvanadas, o un hábito o protocolo que practicaba rutinariamente, o una serie de peticiones con las que acudía a Dios cada día. Era una pasión y un fervor que nacía desde lo más profundo de su corazón que se levantaba con anhelo inefable por Dios.

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Nos gustaría agradecer a Arnoldo Arana por brindar este plan. Para mayor información por favor visite: https://vidaefectiva.com/