Todos los sentimientos: Hazte cargo de tus sentimientos (y no al revés)Muestra

 El Poder de las emociones en las relaciones 

Relaciones estrechas requieren valor. Las Escrituras nos cuentan la historia de una joven viuda llamada Rut. En lugar de volver con su familia, se comprometió a quedarse con su suegra, Noemí: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dos será mi Dios” (Rut 1:16, NVI). Noemí pudo haber alejado a Rut, rechazando su regalo. Rut no tenía garantías, solo amor. Y lo dio libremente, sin ataduras y sin saber el final. (¡Lee el libro de Rut para conocer el hermoso final!).

Dado que quienes somos muy emocionales amamos con tanta pasión y vulnerabilidad, las relaciones pueden darnos miedo. Como amamos con tanta generosidad e intensidad, experimentamos el mismo nivel de pérdida y traición si una relación va mal. Pero lo contrario también es cierto: como amamos tan generosamente, tan intensamente, experimentamos tal nivel de alegría y plenitud cuando una relación va bien. Y al final, la recompensa supera el riesgo. 

La vulnerabilidad también es especialmente intimidante para los reacios a sentir, que prefieren mantener sus cartas cerca. Cuando dan un paso valiente en una relación, compartir una confidencia, expresar un afecto sincero, dejar que alguien se adentre en su interior, se arriesgan al rechazo o a la incomprensión. Es un lugar aterrador para quienes prefieren no sentirse emocionalmente comprometidos. Pero, de nuevo, la recompensa supera el riesgo. 

La clave aquí para todos nosotros es seguir el ejemplo de Jesús, que amaba intensamente pero no buscaba Su identidad o confianza en la gente. El mismo Jesús que miraba a las personas y las amaba, cuyo corazón se dirigía hacia aquellos que estaban sufriendo, no se confiaba a esas personas. Las amaba, les daba, incluso las disfrutaba, pero su confianza venía de Dios.

Mientras [Jesus] estaba en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Su nombre al ver las señales que hacía. En cambio Jesús no les creía porque los conocía a todos; no necesitaba que nadie le informara nada acerca de los demás, pues Él conocía el interior del ser humano. 

Juan 2:23-25 (NVI) 

Si te han hecho daño antes y ahora te escondes en casa, poniendo barricadas a tu corazón, espero que abras la puerta para dejar entrar a otras personas. Mira a tu alrededor, encuentra algunas relaciones potenciales, y cuando sea el momento adecuado, empieza a abrirte: de a poco. Si podemos tener en cuenta que Dios es la fuente definitiva de nuestra alegría e identidad, entonces no es tan arriesgado ofrecer nuestros corazones a otros seres humanos caídos. No nos escandalizaremos si caen, ni nos sentiremos destrozados si fracasan. Heridos, sí, pero no tanto como para no volver a amar. 

Qué lugar triste sería el mundo sin tu particular forma de sentir, tu manera especial de amar y dar. El mundo te necesita. Las personas de tu vida te necesitan. Sin presionarnos para ser perfectos, para ocupar el lugar de Dios, podemos ofrecer nuestros dones emocionales para animar, consolar y fortalecer a los demás. Podemos dar como lo hizo Jesús: desinteresadamente, con sacrificio, sin ataduras ni expectativas, sabiendo que, de alguna manera, Dios nos devuelve nuestros dones:  

Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.

Lucas 6:38 (NVI)