[Grandes versículos] El núcleo del EvangelioMuestra

El poder del Evangelio de salvación

Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es el poder de Dios para salvación a todos los que creen, al judío primero y también al griego.

¿Alguna vez te has avergonzado del Evangelio? Es decir, ¿alguna vez has evitado contar a otros sobre la muerte y resurrección de Cristo porque temiste ser rechazado? ¿Quizá incluso ser ridiculizado o que hablen a tus espaldas? Si es así, estás en buena compañía. Pablo, el apóstol aparentemente intrépido, enfrentó esta misma tentación. Algunos dicen que Pablo no pudo dar a conocer que alguna vez se avergonzó del Evangelio, pero ese es precisamente su punto. Como señaló el teólogo escocés James Stewart: «no tiene sentido declarar que no te avergüenzas de algo, a menos que hayas tenido la tentación de avergonzarte».

Pero Pablo superó su miedo a la vergüenza, y nosotros también podemos. Debemos hacer lo que hizo Pablo y recordarnos que este Evangelio es poderoso. Transforma vidas para toda la eternidad. Es el poder de Dios para la salvación para cualquiera que lo crea.

Cuando tengamos la tentación de retroceder ante el Evangelio, recordemos que esta es la poderosa verdad que salva vidas para Dios, el Evangelio de Cristo. Recuérdese una y otra vez: este es el poder de Dios para la salvación.

Jim Elliot, quien luego sería martirizado en la selva amazónica, escribió estas líneas cuando era joven; y su difunta esposa, Elisabeth Elliot, cita en su libro "La sombra del Todopoderoso": «Somos tan ordinarios, tan comunes, mientras que profesamos conocer un poder con el que el Siglo XX no cuenta. Pero somos «inofensivos» y, por lo tanto, ilesos. Somos pacifistas espirituales, no militantes, objetores de conciencia en esta batalla a muerte con principados y poderes en lugares altos. Se debe tener mansedumbre para el contacto con los hombres, pero se requiere desfachatez y audacia abierta para participar en la amistad de la cruz. Somos «marginales»: entrenamos y criticamos a los verdaderos luchadores mientras nos contentamos con sentarnos y dejar a los enemigos de Dios sin respuesta. El mundo no puede odiarnos, somos muy parecidos a los suyos».

¡Oh, que Dios nos haga peligrosos!