Año nuevo, Nuevas misericordiasMuestra

Todos los días la necesitas. Tú y yo simplemente no podemos vivir sin esa. ¿Qué es? La presencia del Espíritu Santo.

No sé dónde estaba cuando salió la nota. No estoy seguro de por qué me perdí el debate. No puedo explicar por qué tuve esta brecha miserable en mi comprensión del evangelio. No puedo decir por qué faltaba este artículo en mi esquema teológico, pero faltaba, y el hecho de que faltara hacía que mi vida cristiana fuera bastante miserable.

Aquí estaba la teología funcional de mi vida como un hijo de Dios: Sabía que por gracia me había concedido el perdón de Dios, y sabía que había recibido un pase de la eternidad con todo incluido, pero pensé que entre ahora y entonces mi trabajo era simplemente luchar yo solo. Era mi responsabilidad identificar el pecado, eliminarlo de mi vida y dedicarme a vivir de una manera mucho mejor y más bíblica. Intenté esto. Confía en mí; lo probé, y encontré que no funcionó. Me equivoqué una y otra vez. Parecía que había fallado más veces que las en que tuve éxito. Me sentí cada vez más frustrado y desanimado. Se sentía como si me hubieran reclutado en un juego que no tenía la capacidad para jugar, por alguien que mantenía una puntuación perfecta. Puedo recordar el momento en la universidad cuando todo llegó a un punto crítico. Eran las seis de la mañana, cuando estaba haciendo los devocionales que realmente no quería hacer, cuando finalmente puse mi cabeza sobre mi escritorio y grité: "No puedo hacer lo que me estás pidiendo que haga!". Luego leí el siguiente capítulo en mi lectura diaria de la Biblia, y por la gracia de Dios fue Romanos 8

Leí ese capítulo una y otra vez, incluidas estas palabras: "Si ustedes viven de acuerdo con esos deseos, morirán para siempre; pero si por medio del Espíritu ponen fin a esos malos deseos, tendrán vida eterna”(v. 13). Era como si hubieran fuegos artificiales disparándose en mi cabeza. Dios sabía que mi necesidad como pecador era tan grande que no era suficiente que Él solo me perdonara; tenía que venir y vivir dentro de mí o no sería lo quien me habían recreado para que fuese y no haría lo que había renacido para hacer.

Necesito la presencia y el poder del Espíritu Santo viviendo dentro de mí porque el pecado secuestra los deseos de mi corazón, ciega mis ojos y debilita mis rodillas. Mi problema no es solo la culpa del pecado; es la incapacidad del pecado también. Así que Dios honra a Sus hijos con la presencia del Espíritu que convence, concede vista, produce deseos y proporciona fuerzas. No se puede decir mejor de lo que Pablo lo dice al final de su argumento sobre el don del Espíritu: "Él da vida a sus cuerpos mortales" (Rom. 8:11, mi paráfrasis).