La implacable ternura de JesúsMuestra

Todo discípulo debe contestar estas inquietantes preguntas con total franqueza. ¿Tienes hambre de Jesús? ¿Anhelas pasar tiempo con Él a solas en oración? ¿Es Él la persona más importante de tu vida? ¿Llena tu alma como una canción? ¿Sale su nombre de tus labios como un grito de alabanza? ¿Te acercas ansiosamente a su testamento personal, sus evangelios, para aprender más de Él? ¿Haces el esfuerzo de renunciar a cualquier cosa que pueda afectar tu amistad con Él?

Para discernir el verdadero estado de tu relación con el Señor, recuerda aquellas cosas que recientemente te han causado tristeza. ¿Fue darte cuenta de que no amas a Jesús lo suficiente? ¿Que no buscas su rostro en oración con tanta frecuencia? ¿Qué no puedes decir francamente que lo más maravilloso que te ocurrió en la vida fue la llegada de Jesús? ¿Qué encontrarlo no representa tu mayor felicidad? ¿Que has rechazado su último mandamiento y no has amado a su gente tanto como deberías?

O ¿tu tristeza y decepción se deben a la falta de respeto humano, la crítica de alguien, los problemas económicos, la falta de amigos, tu exceso de peso?

Por otro lado, ¿qué cosas te han causado alegría últimamente? ¿Reflexionar sobre tu comunidad cristiana? ¿El gozo de orar: “Abba, te pertenezco”? ¿Saber que Dios te ama incondicionalmente, tal como eres y no como deberías ser? ¿Una pequeña victoria sobre el egoísmo? ¿O fueron la causa de tu alegría y gozo tener un automóvil nuevo, un traje de etiqueta, una película y una pizza, un viaje al extranjero?

Cuando nuestra vida no se rige por un conjunto de leyes sino por el fuego del Espíritu que arde dentro de nosotros, cuando nos sometemos a la verdad redentora de que solo alcanzamos la vida a través de la muerte, de que el grano de trigo debe caer en el suelo y morir, de que el frasco de alabastro debe romperse para que otros perciban la fragancia dulce de Cristo, cuando respondemos al llamado de Jesús, el cual no es “ven a la reunión dominical”, sino “Ven a mí”, es entonces ahí donde el poder ilimitado del Espíritu Santo se desata con una fuerza sorprendente.