La implacable ternura de JesúsMuestra

El amor de Dios manifestado en Jesús es radicalmente diferente a la forma humana en la que amamos. Como hombre, soy llevado a amar cosas y personas que me parecen atractivas. Me siento atraído por ciertas cualidades que me parecen agradables. Cuando amo, soy atraído por lo bueno que percibo en el otro. Siento amor por alguien por lo que veo o encuentro en él o en ella.

El Padre ama a los hombres y mujeres, no por aquello que ve en ellos, no los ama por ser buenos, y es que tampoco ama solo a los buenos. Lo hace porque es tan indescriptiblemente bueno que ama a todas las personas, las buenas y las malas. Ama a aquellos sin amor, a los que no aman, a aquellos indignos de ser amados. Él no detecta lo agradable, atractivo, llamativo. Su amor no conoce razones.

El Señor no nos estima según nuestros méritos (si ese fuese el caso, estaríamos arruinados), lo hace porque así debe hacerlo, no puede evitarlo. Él es amor. Por muy difícil que nos resulte creerlo, porque no damos o recibimos amor entre nosotros de la misma manera, debemos comprender y creer que gracias a la vida, la muerte y la resurrección de aquel Mesías carpintero, el Padre es más amoroso, más tolerante y afectuoso de lo que pudieron imaginar los personajes del Antiguo Testamento.

Por eso podemos afirmar con convicción: ¡Dios te ama como eres y no como deberías ser! ¿Crees en esto? ¿Que Dios te ama más allá de tus méritos, de tu fidelidad, que te ama en el sol de la mañana y en la lluvia de la noche, que te ama sin condiciones, sin arrepentimientos, sin fronteras, reparos ni razones?